Es una ingenuidad imaginar como un hecho espontáneo y pasional la oscura alianza de un centenar de curas que critican al papa de Roma y amenazan, de farol, con un cisma. En este motín de sotanas destaca la militancia reaccionaria de todos, el recalcitrante y provocador rechazo de las diferencias y la falta de caridad, e incluso empatía, con sus semejantes.

Diluida entre otras miserias de actualidad, la canallesca asonada de los carcas contra Francisco tiene una turbia trastienda, una larga génesis y, según los observadores vaticanos, un recorrido tan ruidoso como corto. La conjura arrancó cuando los católicos de buena voluntad celebramos la hermosa sorpresa de su elección; y siguió cuando se conocieron y acometieron las reformas imprescindibles para actualizar y dinamizar una institución anquilosada por la inacción y los vicios. Con todo tuvo, y tiene, su episodio más acre en el escándalo, prolongado y silenciado, de la pederastia dentro de la Iglesia Católica contra la que se posicionó rotundamente Bergoglio con el peso de la fe, la moral y la justicia.

Cuenta pues con malas raíces y peores instigadores que debutaron en 2015, con una carta al Sumo Pontífice, antes filtrada a los medios, en la que criticaron la metodología del esperado Sínodo de la Familia; fueron trece purpurados de ideología conservadora, algunos acusados de ignorar la flagrante pedofilia en sus diócesis y todos enfrentados, desde la hora cero, a los propósitos renovadores del Papa del Fin del Mundo. Un año después, cinco de ellos, autocalificados como "los más valientes" -y los más extremistas para la prensa especializada- dieron una segunda batida, liderados por el colérico y paradójico Walter Brandmuller, con una formación científica que choca brutalmente con su talante reaccionario; publicaron "Permaneciendo en la verdad de Cristo", que sólo caló en los grupos e institutos radicales que avaló Karol Wojtyla; los otros firmantes del alegato, dudosamente inspirado por el Espíritu Santo, fueron Raymond Burke, Gerhard Muller y Velasio de Paolis, entonces prefectos de la Signatura, la Doctrina de la Fe (Inquisición) y de Asuntos Económicos y el polémico Carlo Cafarra, arzobispo de Bolonia. Todo hace indicar que esta nueva acometida es una maniobra de provocación con el uso de unas pretendidas bases sacerdotales tan alejadas de los católicos de la calle como sus instigadores.