Tal vez no sea demasiado sensato convertir algo serio en una romería política. Transformar una responsabilidad en un espectáculo mediático. Y es justo lo que me pareció la batería de cámaras de televisión, con seiscientos periodistas acreditados, que asistieron, junto a otros centenares de curiosos, a la llegada de los refugiados del "Aquarius", en una especie de cabalgata de reyes vía marítima.

Una cuestión humanitaria retransmitida como una especie de acontecimiento para noticieros. El despliegue publicitario de la "Operación Esperanza del Mediterráneo" fue un poco sonrojante. El muelle de cruceros del puerto de Valencia se convirtió en un hervidero de vehículos, carpas y voluntarios. Varias lanchas de la Guardia Civil acompañaron a los barcos desde su entrada al puerto hasta la llegada a su lugar de atraque. Responsables de Sanidad Exterior, de la Cruz Roja y docenas de voluntarios se desplegaron pródigamente en la atención al más de medio millar de desfallecidas personas que las autoridades españolas habían admitido en nuestro país. Qué distinto de esos otros miles de seres humanos que llegaron antes -y llegarán después- de forma tan desesperadamente anónima. Trasladados en camiones de carga. Esperando pacientemente algunas horas en playas y muelles la llegada de una atención que, aunque nunca ha fallado, nunca ha sido tan exuberante como la que se produce a la luz de los focos de la televisión.

En las trincheras de la primera gran guerra, se decía que fumar causaba la muerte a uno de cada dos fumadores. Cuando encendías la cerilla en una trinchera el tirador de la de enfrente te veía, cuando le estabas dando fuego a un colega te apuntaba y cuando estabas encendiendo tu cigarrillo te volaba la cabeza. En este mundo de la comunicación global la gente no tarda tanto tiempo en apuntar. Los escualos de la política se lanzaron a dar dentelladas sobre el show. Unos acusando de presentar a España como un falso paraíso para los inmigrantes. Otros elevando un discurso de moralidad. Un naufragio del sentido común entre el oleaje de los intereses de unos por salir estupendos en la foto y de otros por desenfocarles.

Y es que las fotos son importantes. Miles de personas se ahogaron en el Mediterráneo, pero solo la foto de un niño ahogado en una playa nos conmovió. La emoción también necesita de la estética. Y del bombardeo mediático, si es posible. Dudo que las humildes pateras que día tras días llegan a nuestras costas, con su carga de miedo y hambre, vayan a tener un comité de bienvenida tan emocionante como el del "Aquarius". Quienes nos ofrecemos hoy, tiernamente estremecidos, para abrazar a los pobres de la tierra, hemos levantado alambradas con cuchillas cortantes -donde se han ensangrentado centenares de víctimas- para mantener a raya a nuestros propios desesperados. Entre el egoísmo insolidario, altivo y xenófobo de Italia y la compulsión publicitaria española, tal vez exista una zona intermedia, más responsable y seria. Algún día la encontraremos. Pero no será ahora.