¿Por qué salen las canas? Olvídense de las explicaciones científicas, la melanina y todo eso. Las canas salen cuando uno mira las facturas. Porque debido a un nuevo postulado de Arquímedes, los precios de las cosas sufren un empuje ascendente inversamente proporcional a la fuerza descendente de nuestros sueldos.

El recibo de la luz se ha convertido en una clavada, como si en el salón de tu casa en vez de la lámpara de araña de la abuela tuvieras los focos de un estadio de fútbol. Los del agua verde y roñosa que sale del grifo no sólo te cobran por los litros que usas, sino por tasas e inventos fabricados para sacarte todas las perras que puedan. Los del banco, que te asfixian con la hipoteca, te cobran comisiones por tener tu dinero, y por las operaciones que haces tú mismo a través de internet. Es como una fiesta de depredadores alrededor de una ballena difunta que flota mecida por las olas. Aunque mirando tu sueldo en vez de una ballena más pareces un guelde.

Y estás en esas cuando abres el periódico y ves que el Tribunal Supremo ha decidido retirar la pensión de 150 euros que un padre destinaba a su hija estudiante. ¿Una sentencia machista contra una pobre chica? No. Es que la piba tiene treinta años y está cobrando esa ayuda económica desde el año 2007. Once años estudiando la carrera. Sin prisa.

De todas formas, 150 euros tampoco parece una cantidad exagerada para que un padre ayude a una hija ¿no? Por mucho que la chica sea un poco gandula y lleve demasiado tiempo estudiando, tal vez merecería la pena que el padre hiciera un esfuerzo. Pero es que el padre sólo cobra 426 euros de subsidio de desempleo. Esos son sus únicos ingresos para vivir, con los que además mantiene a un hijo menor de edad. Los jueces entendieron que quitar el dinero de ese salario era una injusticia.

A lo que vamos. Si un hombre que sólo cobra 426 euros se puede mantener a sí mismo, a su hijo y a una hija universitaria, ¿de qué puñetas nos podemos quejar los demás seres humanos? Uno lee este tipo de cosas y se le hiela la sangre en las venas. Porque es el caso de miles y miles de personas que en este país aspiran a ser mileuristas y lo verían como un aumento espectacular de sus condiciones de vida.

Claro que luego me habla esa voz interior, siempre cínica y descreída. Y me sugiere venenosamente que con 426 euros no se puede vivir. Y que seguro que ese padre pertenece al ejército de los trabajadores del cáncamo. Esos millones de españoles que van saliendo adelante a trancas y barrancas, cobrando un poquito de aquí y de allá. En el precario mercado negro.

Y ya por último te preguntas: ¿Qué clase de mala leche tiene esa hija para llevar lo de los 150 euros al Supremo?