El mismo día que entró el verano, en el edificio empezó un olor pestilente por la falta de limpieza y ventilación. La marcha de Carmela, que dimitió por un chanchullo con la lejía, nos dejó otra vez al albur de las pelusas. En apenas una semana han adquirido unas dimensiones tan desorbitadas que me da la sensación de que algunas han pasado por la peluquería a cardarse. Todo se ha complicado además porque Lola y Lala, las señoras que la presidenta contrató para reconducir la situación higiénica, son tan fanáticas de la selección española que, la misma mañana que se incorporaban al edificio, pidieron días de asuntos propios.

-Volveremos cuando España pase a cuartos de final -anunció Lola.

-¿Y si no pasa? -preguntó María Victoria.

-Pues nos veremos obligadas a pedir una baja para superar el trauma -contestó Lala.

-Qué cara más dura tienen.

-A mi todo esto me está agobiando. Siento como si cada vez me costara más respirar -comentó Brígida.

-No me extraña. ¿Tú has visto lo requintada que te queda esa camiseta? -le indicó la Padilla.

-Ya, chica, pero es que estoy de aniversario. La llevaba puesta la noche que tuve mi primer encuentro amoroso y hoy se cumplen 43 años. No la he lavado desde entonces y todavía huele a él.

-Quita pallá. Huele a tigre en celo -se asqueó la Padilla.

Brígida cerró los ojos y empezó a recordar aquella noche de pasión desenfrenada. Se le puso una sonrisa estúpida en la cara y soltó un suspiro que hizo que la camiseta no pudiera contener tanta carne. La explosión textil expandió el olor a tigre por todo el portal y el ambiente se volvió aun más irrespirable en el edificio. Del disgusto, la mujer subió a encerrarse a su habitación.

A todo eso se añadía que seguíamos sin luz porque doña Monsi no ha reconsiderado restablecerla. Al contrario, nos aseguró que así estaremos hasta el encendido de luces en Navidad.

-Pero si aquí no ponemos luces -se extrañó la Padilla.

-Porque son caras. Seguiremos sin ponerlas -rectificó la presidenta.

-Pues a mí me preocupa no tener luz en el baño -reconoció María Victoria a la que solo bastaba ver cómo se había maquillado o lo que quiera que fuera aquello que se había hecho en la cara para entender por qué.

-Yo solo espero que España no marque esta noche -comentó Úrsula que nos dejó fuera de juego.

-¿Y qué tiene que ver el fútbol con todo esto? -preguntó la Padilla.

-Muchísimo. Como Eisi se levante a celebrar un gol, acabaremos cayendo como moscas.

Seguíamos sin entender la relación.

-A ver, señoras, ¿se imaginan cómo puede oler ese hombre que desde hace dos semanas no se despega del sofá, embutido en un chándal rojo y amarillo con manchas de café y pizza?

Lo imaginamos. Y nos angustiamos.

-Con este tufo que envuelve el ambiente y sin agua he perdido toda la clientela de mi peluquería. Así que dejamos el edificio -nos sorprendió Rita, ya con las maletas en la mano.

-Eso, mamuchi -dijo Yeison con la voz nasal que le causaba una pinza de la ropa que se había puesto en la nariz para evitar respirar el mal olor. Cruzaremos desiertos y subiremos montañas en busca del paraíso.

-Niño, déjate de chorradas que lo más lejos que nos vamos es a la pensión de al lado.

Yeison nos dio un beso y una pinza de la ropa a cada una. Estaban a punto de marcharse cuando sonó un mensaje en el grupo de cotillas que María Victoria tiene en el móvil.

-Que dice la pescadera que están precintando el edificio.

En tropel, corrimos hacia la puerta de la calle y vimos cómo varios agentes de policía colocaban una cinta que decía: EN CUARENTENA.

Nada podía ir peor hasta que Brígida se alongó por las escaleras y gritó.

-Y que sepan que aquella noche mi tigre no solo me besó.

Seguidamente, España le marcó un gol a Irán y las pelusas empezaron a revolotear por el portal.

Era el momento de colocarse la pinza.

@IrmaCervino

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