En un juego con la baraja, parecido a la escoba española, el 7 es el número clave, y si juntas dos que hacen un 77, son las banderitas de Italia. Esta cifra es el título de mi comentario de hoy, que no es un juego sino la realidad tangible. Esta es mi reflexión sobre la vida, de la que los seres humanos nos ocupamos solo cuando nos toca. Vivimos inmersos en el quehacer diario, disfrutando de los divertimientos y apesadumbrándonos ante las adversidades, solo si se acercan.

Existe otro mundo que no debería ser ajeno, uno que se ocupa las 24 horas del día y los 365 días del año de nosotros. Está continuamente en actividad y no pierde un solo segundo, pues de él depende muchas veces nuestra supervivencia. Somos ignorantes y críticos con el trabajo de otros, no sabemos valorarlo, y creemos que lo que hacemos tiene más importancia. Según nos vaya en esta "verbena", procedemos. Un obispo francés dijo una vez: "Prestos estamos los seres humanos a compartir las tristezas, pero nunca las alegrías". Hay que mirarse menos al ombligo y ser sinceros y objetivos, reconociendo que otros viven por y para todos nosotros y hay que saber agradecérselo.

Setenta y siete días de internamiento de mi esposa, pasando unas ocho horas al día con ella en el Hospital de la Candelaria y siguiendo el proceso de la enfermedad con momentos de preocupación e incertidumbre, dan para observar, hacerse una somera impresión de lo que ves, y poder dar una opinión objetiva sin ánimo negativo ni consejo alguno.

En el hospital no se para nunca. Si una cama es liberada, enseguida hay movimiento para que la pueda ocupar otro enfermo. El auxiliar de enfermería se lleva la ropa de cama, a continuación entra el de limpieza con su carrito para dejar la estancia como una patena, y vuelve el primero con la ropa de cama nueva y dejarla preparada para un nuevo paciente. A su llegada, el enfermo pasa por la ducha para un lavado con un gel especial, aunque ya haya sido aseado en urgencias. Le proporcionan la bata y a la cama, que huele a limpio por los cuatro costados. La limpieza es impecable, y afirmo con rotundidad que no creo que un hotel de cinco estrellas este más correcto.

Estas últimas semanas he hablado en otros comentarios de la atención y de la profesionalidad de los trabajadores sanitarios. Vuelvo a recalcar el afecto y cariño que recibe el enfermo, como se demuestra en las despedidas cuando caen algunas lágrimas por ambas partes.

En estas largas estancias se conoce a muchas personas mientras estás en las salas de espera o acompañando al enfermo. Hago un somero repaso. Fernando, pintor de El Médano que llevaba seis meses allí y era muy buen conversador. Vanesa, madre cariñosa de tres hijos y abuela con solo cuarenta y dos años, uno de ellos con parálisis cerebral que no habla, fue muy paciente charlando horas con mi mujer. Una señora de Agulo (La Gomera), concretamente de Las Rosas, que ingresó con fuertes dolores de cabeza, y aunque la cambiaron de planta, mandaba a uno de sus hijos a interesarse por la salud de mi esposa. Enferma en otra isla, con el teléfono móvil, controlaba su casa y su familia. De Valle Gran Rey ingresó también otra señora con la que hubo mucha afinidad, además de buena conversadora era una mujer sobresaliente. Muchos días en la cuarta y novena nortes y en la quinta planta sur, y hasta dieciséis compañeras de habitación que espero hayan mejorado ya en casa.

Mientras echaba las horas en las distintas habitaciones, en otras plantas ingresaban o acudían a consulta familiares y conocidos. Al último que dejé allí es mi gran amigo Ángel García Acosta, prestigioso abogado que conozco desde 1953, cuando hacía pasantía con Pedro Sevilla. Aunque me lleva cinco años, han sido más de sesenta y cinco años de leal amistad, y junto a Rafael Contreras, hemos compartido muy buenos momentos. Con ochenta y siete años y toda una vida de trabajo, ahora está arropado por su familia para que pueda recuperarse.

Son vivencias y el día a día en un gran hospital. Mi mujer ya está casa y progresa favorablemente.

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