La última semana que vivimos peligrosamente nos ha dejado dos noticias. La buena, que las subvenciones del 75% de la tarifa para residentes, en el transporte aéreo entre Canarias y Península, entrará en vigor en breve plazo. Y la mala, que la ayuda cojea de una pata. Porque el Consejo de Ministras, Ministros y Ministres aprobó ayer que la subvención será sobre la "tarifa bonificable": es decir, sobre el precio que al Ministerio le salga de sus Fomentos y no sobre el precio real que pongan las compañías aéreas.

Cabría preguntarse por qué el ministro se metió en aquel charco de aguavivas, diciendo que no era posible aprobar las ayudas que se aprobaron ayer. Y ya puestos, también podríamos preguntarnos por qué han vuelto a meter la pata aprobando una ayuda con retranca. Pero es ocioso. Los ministros de Madrid hacen casi siempre lo que les da la gana. Y si a este lo hemos cabreado, lo normal es que nos mande un caramelo envenenado.

Canarias ganó la primera batalla de la subvención porque la noticia de que no se aprobaba despertó una asombrosa indignación en este pueblo atoletado, y puso a los socialistas canarios entre la espada de la gente cabreada y la pared de tener que defender, con cara de circunstancias, a un gobierno de su propio color.

Tampoco hay que ser tontos del todo. Canarias tenía asegurada la subvención en la nueva Ley de Régimen Económico y Fiscal que se aprobará en breve. Pero Baleares, que también se beneficia de la medida, no. Por eso Francisca Armengol, la poderosa baronesa del PSOE que gobierna en el Archipiélago balear, se puso el turbo y se fue a Madrid con cara de malas pulgas, acompañando a Fernando Clavijo en una tensa reunión con el equipo de Fomento. Fue allí donde las islas pusieron sobre la mesa los informes de sus equipos jurídicos para lavarle la cara al Gobierno central y demostrarles que se podía hacer lo que ellos decían que era un imposible. Y aunque de la reunión no ha trascendido nada oficialmente -ni siquiera el momento en que estuvo a punto de saltar por los aires- al final la política de lo posible triunfó sobre la burocracia del no.

La resaca de la bronca nos deja algunos datos para la reflexión. El primero es el escaso peso que tienen los dirigentes canarios del PSOE en Madrid. El partido en las Islas hizo todo lo que se puede esperar de una federación territorial. Se partió la cara defendiendo el discurso de sus dirigentes en Madrid. Lo hizo su secretario general, Ángel Víctor Torres. Y lo hicieron todos los cargos públicos, disciplinada y resignadamente. Hubiera sido lo lógico -en ese código no escrito del compañerismo- que antes de recular les hubieran tenido al tanto del cambio de estrategia. Pero no fue así. Torres, cuando casi todo el pescado estaba vendido, seguía defendiendo que el asunto tardaría de tres a seis meses. O sea, estaba a oscuras.

El PSOE de Canarias pinta menos en Madrid que un creyón sin mina. Y es una muy mala noticia. Quedan muchos asuntos por resolver en el encaje de Canarias en el Estado. Los votos nacionalistas de Oramas y Quevedo, si el PSOE cuenta con el PNV, los independentistas catalanes y Podemos, son irrelevantes. Para los socialistas canarios -y para las Islas- es vital lograr peso en la interlocución con su partido en Madrid. Pero ahora mismo esa influencia ni está ni se la espera.

La subvención a los viajes aéreos es importante. Pero a Canarias le quedan por resolver asuntos tan importantes como la financiación autonómica, el convenio de carreteras, el de obras hidráulicas o el de infraestructuras educativas, por citar solo algunos. Con el precedente de Ábalos teniendo que tragársela doblada, no me haría demasiadas ilusiones sobre el talante con el que nos va a estar esperando en la bajadita. Que el decreto de la subvención se haya aprobado con retranca y con rebaja ya nos avisa por dónde van los tiros: la vaca tiene muy mala leche.

Durante una legislatura, vivimos la estremecedora experiencia de un Gobierno central que trató a Canarias con un desdén rayano en el desprecio. Fue la época en que José Manuel Soria, enfrentado a Paulino Rivero, imbuyó al Gabinete de Rajoy de que en las Islas "cuanto peor mejor". O sea, que cuanto peor le fuera al Gobierno de Coalición y PSOE, mejor para el PP. La misma doctrina Montoro, de dejar caer el país para levantarlo después. Puede que estemos en los albores de algo parecido.

Sánchez llegó al Gobierno con una nueva mayoría. Y los socialistas canarios, enormemente felices, dijeron que las relaciones con Madrid ya eran asunto de ellos. Justo desde que lo dijeron las cosas se han empezado a complicar. Pensaban colocarse una medalla en el pecho pero han terminado con una pistola en la sien.

En todo caso, la pelona está en su tejado. Pero su tejado de momento, a las pruebas me remito, parece digno de la canción de Ali Primera. Aquellos techos de cartón donde tan tristemente sonaba la lluvia de los pobres.