Pienso que los contactos previos entre La Moncloa y la Generalitat para lubricar el encuentro de este lunes entre Pedro Sánchez y Quim Torra han sido claramente insuficientes. Y no precisamente porque la ministra Batet y la delegada del Gobierno central en Cataluña no lo hayan intentado. La posición negociadora -porque a eso viene Torra a Madrid: a negociar- de los independentistas es mantener la aspiración de la independencia ya. Sabiendo, eso sí, que no la van a conseguir, de manera que algo habrá de obtenerse a cambio. Estos días se evoca mucho la primera reunión entre Adolfo Suárez y Josep Tarradellas, que fue muy mal, pero de la que, a la salida, el ilustre exexiliado catalán manifestó que había ido "como la seda". Luego hubo más reuniones, diálogo, Generalitat y Estatut de Autonomía. Y una ''conllevanza'' que duró treinta años y que saltó por los aires en 2012 tras los reiterados errores cometidos en Barcelona y en Madrid. Hoy, el propio ''padre del independentismo'' catalán, Artur Mas, anda por los rincones arrepentido de todo lo que ocurrió, tratando, me parece, de aproximar posiciones y servir de enlace, aunque nadie parece ya quererle. Ese mismo Mas le dijo a quien suscribe, en 2010, que el independentismo era algo "anacrónico". Dos años después, se envolvía en la estelada. Claro, para entonces ya Jordi Pujol empezaba a confesar sus delitos de corrupción, y los de muchos de los suyos. Para entonces, ya Zapatero había engañado a Mas dos veces, permitiendo que Maragall y Montilla se hiciesen con la presidencia de la Generalitat antes de que Mas pudiese llegar a ella. Y la Diada se había llenado de proclamas secesionistas, que hicieron pensar al molt honorable president Mas que a la calle había que ganarla a base de proclamas de ''adios a Madrit, que ens roba''. Para colmo, Rajoy se encerró en el ''no'' a cuanto tratase de obtener el Govern catalán, y dio todo el poder a los togados. El resultado de tanto desastre se enfrenta este lunes en La Moncloa, en medio de recelos, distanciamientos y de un fanatismo supremacista por parte de la Cataluña independentista que resultaba inconcebible hace apenas cinco años, cuando ya el ''procés'' se había puesto en marcha. Y, en Madrid, Sánchez tendrá que lidiar con posiciones ''duras'', como las encarnadas sobre todo por Ciudadanos -el PP anda, como se sabe, en sus propias cosas-, que abominan incluso de la reunión de este lunes en La Moncloa hasta que Torra y su mentor en Hamburgo no hagan una renuncia explícita a sus posiciones independentistas. Cosa que, obviamente, no va a ocurrir así como así. Así que Sánchez tendrá que transitar con mucho cuidado por la escollera: políticos presos o presos políticos, lo importante es que el encarcelado Oriol Junqueras se alza como interlocutor inevitable en el futuro; los recursos ante el Tribunal Constitucional presentados por el Gobierno central serán otro de los ''puntos fuertes'' a tratar con un Torra que viene a Madrid obligado a plantear la ''inevitabilidad'' del referéndum secesionista, sabiendo que, expresado de este modo, jamás lo conseguirá. Y está, claro, el caso de los ''huidos'' o ''exiliados'', según quién defina el problema, que hasta la semántica nos separa. El caso es que Sánchez se ha mostrado dispuesto a negociar y Torra -creo que es postureo, pero a saber- se encierra en sus posiciones de máximos, incompatibles con lo que el Gobierno central le puede otorgar. A ver si el seductor Sánchez es capaz de ganarse al terco supremacista: ni el uno ha ganado en las urnas la presidencia del Gobierno, como sí la acabó ganando Suárez tras la designación por el Rey, ni el otro es precisamente, ya se ha dicho muchas veces, Tarradellas: está ahí por la designación digital de alguien tan ¿volátil? como Puigdemont, de quien, afortunadamente, se habla cada vez menos. Y sí, el Gobierno central tiene fuerza para hacer muchas cosas. Hacer decaer recursos ante el Constitucional presentados por el Gobierno Rajoy, por ejemplo. Que la Fiscalía General del Estado haga algo por los presos, aún sometidos a la instrucción de Llarena. Ir propiciando un pacto fiscal y otras ventajas económicas que, sin duda, van a sentar mal a otros presidentes autonómicos, para no hablar de los votantes del PSOE en las otras 16 autonomías. Sugerir al Rey que llame a Torra a La Zarzuela. Y, sobre todo, aceptar -no es ninguna humillación- la invitación del president de la Generalitat para que le visite en Barcelona, que no es tiempo de andarse con tiquismiquis protocolarios de esos que tanto gustan en las cavernas. Lo que Torra puede hacer para que la reunión salga bien es evidente. Lo malo, ya digo, es que entre Torra y Tarradellas hay algo más de distancia que unas cuantas letras. Junqueras, vuelve, que te perdonamos. Al menos, hasta que se celebre el juicio por el golpe de estado, por cierto fallido.