Y si bien íbamos al sur de Tenerife, aquello parecía una excursión a Benidorm. Recuerdo de niño aquel coche sin aire acondicionado, estrecho, lento, pero dispuesto a proporcionarnos un gran verano, cuando llegáramos y si llegábamos. Además de estar apretujado en el sillón de atrás, siempre llevábamos útiles encima, porque al sur, antes, tenías que ir hasta con la compra del mes hecha. La baca del coche iba requintada con cajas de madera, minipimers, batidoras, calderos, vajillas, y es que en las vacaciones de antes todos éramos gitanos. Los apartamentos venían pelados y eran vacaciones de 30 días, y no como ahora que se estila cada vez más partirlas en dos, tres o cuatro escapadas. Recuerdo de chico que únicamente había doble carril hasta los túneles de Güímar, y más allá era una infernal cola de coches por un único carril eterno lleno de sudores, papá para pa hacer pis o ¿papi falta mucho para llegar?

El día de la llegada, que era la llegada de todo quisqui, los niños nos convertíamos en esclavos porteadores de uno o dos coches de los que subíamos, recuerdo, hasta despertadores y los jodidos libros de repaso en verano. El sur antes eran pueblos de pescadores, a diferencia de hoy, que son enormes sedes turísticas. Antes no había nada. Pero qué felices éramos: no existían las preocupaciones más allá de tener que esperar para hacer la digestión o ir a buscar en bicicleta el pan y el periódico. ¿Y los amores de verano? Todos teníamos nuestro amor platónico y los más afortunados lograban volatilizar el platonismo. Aquellos eran los tiempos que plasmó en la tele Antonio Mercero en "Verano azul", y qué bien nos lo pasábamos. Nos quedan los recuerdos, las vivencias y, a algunos, la nostalgia de unos tiempos que jamás volverán.

@JC_Alberto