La lengua es un sedimento de la escorrentía de la historia. Lo que hablamos es un subproducto del pasado -y de sus valores- de las modas y de los usos de cada momento. Desde esa perspectiva, la lucha de las mujeres por incorporar el género femenino al lenguaje es un intento por corregir el resultado de milenios de predominio cultural y económico de lo masculino en todos los órdenes de la vida. Si adolece de algo es, tal vez, de la ingenuidad de querer conseguir por decreto lo que se produce por decantación.

La vicepresidenta del Gobierno y ministra de Igualdad, Carmen Calvo, quiere promover una reforma de la Constitución para que su lenguaje sea "inclusivo". En la actualidad el término "españoles" incluye tanto a los hombres como a las mujeres y lo que la ministra pretende es que se denomine específicamente a cada sexo. La RAE establece que no hay que confundir el género con el sexo. "La ciudad donde todos vivimos", por ejemplo, abarca a los ciudadanos y ciudadanas que están en una urbe, de manera inclusiva.

La tendencia natural de la lengua es la economía de recursos. El deseo -sumamente respetable- de especificar en cada momento la diversidad de sexos, podría convertir nuestro manera de expresarnos en un berenjenal. Carmen Calvo prometió su cargo hablando de un Consejo de Ministras y Ministros. Pero con su mismo argumento se podría aducir que la fórmula tendría que enunciarse como Consejo de Ministras, Ministros y Ministres.

La aplicación de los principios de la libertad a la propia definición de la sexualidad hace que hoy no existan dos sexos. Las personas no binarias, por ejemplo, representan una identidad en la que los individuos no se identifica con ninguno de los dos sexos al uso. Pueden entenderse como bigéneros, pangéneros o de género neutro. Y tienen exactamente el mismo derecho a que cualquier alusión incluya a "ellos, ellos o elles".

Trasladar al lenguaje ese grado de precisión microscópica, desde el punto de vista de la sexualidad, lo puede convertir todo en una especie de pandemónium. Es probable que con el paso del tiempo, el lenguaje vaya decantando lo relevante de la simple estupidez. Cambiar la palabra portavoz, como ya se ha perpetrado en alguna intervención política, por "portavoza", algo que nos llevaría a "portavozo" y "portavoze", no se sostiene ni siquiera en el esfuerzo por feminizar la lengua. Es pura quincalla política.

No es la lengua la que es sexista, sino los conceptos que se derivan de las palabras. Eliminar la antigua acepción de "fácil" -de "mujer" que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales por "persona" predispuesta a lo mismo- no vale de nada si la gente sigue usando el término en su habla cotidiana. Cuando cambian las sociedades y su cultura el lenguaje va cambiando detrás. No al revés. Una reforma constitucional para hablar de ciudadanas, ciudadanos y ciudadanes españolas, españolos y españoles, me parece más una necedad que una necesidad.