Y allí estaba mi amiga, reposando en la tumbona de un club de alto standing recién llegada de su último viaje. Fue entonces, mientras esperaba a su esposo para almorzar, cuando pidió otro gin tonic con una sonrisa en la cara junto a una amiga. A su ingenuo marido le dijo que estaba en Madrid, pero en realidad estuvo pasando el fin de semana con su amante mirando fijamente a Cuenca, pero desde Lisboa. Un congreso médico siempre es una buena excusa para no asistir y darse el gusto de ponerle los cuernos a su pareja máxime cuando vive en la inopia; porque es que este vive en la inopia. A sus cuarenta y largos se sabe aún un monumento, y aunque defienda la palabra compromiso de boca para afuera es una de esas personas de las que uno nunca se puede fiar porque miente como respira. Y por eso más que amiga debiera decir conocida. En el fondo me da pena porque no está enamorada de su pareja, sino de este otro con el que fornica cada vez que puede a escondidas, solo que es incapaz de salir de su círculo de confort.

Es incapaz de enfrentarse al qué dirán, a otro escándalo social. Y digo otro porque un pueblo chico es un infierno grande, y donde vivimos nos conocemos todos y es por eso por lo que no hay monumento al soldado desconocido. Yo le aconsejo que sea feliz, que lo intente. Pero lo hago sabiendo que su cabeza es un galimatías y su entrepierna un picor constante. Claro que es posible que así sea feliz, porque estando con su hoy amante, probablemente se buscara otro, porque el problema no lo tiene abajo, sino arriba, en la cabeza y es que no para. Los que conocemos esta batalla nos preguntamos si el marido es realmente un ausente del día a día o un consentidor que ha hecho un pacto. Pero en cualquier caso el pacto es una perversión en el momento que ella lo cuenta a su grupete de amigas. Qué agonía, qué picazón, cuánto alboroto.

@JC_Alberto