La primera vez que entré al Heliodoro Rodríguez López tenía claro que quería ser futbolista y emular los logros de Redondo, Felipe Miñambres y Agustín. Me di cuenta de que el reconocimiento y el eslabón de la superioridad popular con miles de gargantas gritando tu nombre era lo más parecido a tocar la gloria con solo pisar el verde. Yo me veía como uno de los privilegiados que tenían el honor de ponerse la casaca blanquiazul y defender por Europa los colores del equipo de tu tierra. La realidad y la evidente incapacidad para la práctica del fútbol me hizo entender que sí existen retos imposibles. Mi único consuelo consistía en disfrutar en la cancha del barrio, con el apoyo incondicional de los colegas inflándose de cervezas en la grada. Mientras los que pudieron llenan estadios publican sus riquezas y rozan el mesianismo, los otros héroes de la sociedad viven en el anonimato, en un mundo que miran de frente con la única excusa de la solidaridad: son los guerreros del tercer sector. Los voluntarios de ONG no firman autógrafos. Difícilmente los verás en las portadas de cualquier periódico, pero están ahí, utilizando su tiempo para fajarse por la justicia social y hacer entender que la caridad no sirve para nada. La solidaridad es interclasista y ni la izquierda ni la derecha deben apropiarse de una virtud de honestidad. Los gobiernos no rentan en esta materia porque no es rentable ni mediáticamente importante, solo hay que valorar las partidas en los presupuestos. Para eso están los titanes, que en lugar de disfrutar del ocio del que tanto habló Unamuno deciden emplear su tiempo en ayudar. Mi concepción cambió cuando experimenté por un día lo que significa ayudar de verdad. Suena tan bien presumir de auxiliar y destinar 15 euros a ayudar a alguna asociación, pero la batalla está en el barro. Con 20 años dejé de ver al futbolista como un superhombre, y todo empezó con solo sentarme en aquella casa social donde las sonrisas podían con el hambre y las manos no distinguían edades para ofrecer un baño y un plato de comida. Dicen los expertos en macroeconomía que "los países ricos buscan fórmulas innovadoras para obtener financiación para las ayudas", mientras que "los países pobres insisten en que no hacen falta tantas teorías, sino ponerse manos a la obra. Y mientras tanto, millones de personas mueren debido a la pobreza. No hay más que echar un vistazo a los presupuestos de los gobiernos de las naciones ricas para ver dónde están las prioridades". Este argumento sirve para la realidad micro, para el día a día de la calle. El despegue económico no lo dicta el Fondo Monetario Internacional ni la Bolsa de Madrid. Cuánto tenemos que aprender de los voluntarios que fortalecen el tercer sector y hacen el trabajo que no cumplieron los gobiernos, los mismos que no vieron a tiempo y permitieron la burbuja de la desidia. Ellos son el soporte fundamental de la sociedad, el anonimato más digno que existe. No podemos olvidarnos que son imprescindibles en Canarias, porque, aunque simule el guion de alguna película de cine gore, somos una de las comunidades autónomas con mayor riesgo de pobreza y exclusión social con una tasa de más del 40%. En Fitur seguimos siendo la tierra de las oportunidades.

@luisfeblesc