Hay un mundo que viene y uno que se esfuma. Pero también las convulsiones que acompañan esos tránsitos. Lo estamos viendo en la crisis del mundo del taxi con los vehículos que prestan servicios similares a través de plataformas en internet. Una nueva competencia que causa estragos. Como la vivienda vacacional a los hoteleros o la venta en internet a los comercios tradicionales.

El problema del taxi es que se trata de un oligopolio amparado por la administración. Los ayuntamientos venden licencias a precio de oro, que compran algunos ciudadanos para prestar un servicio público con tarifas reguladas. Entonces aparecen nuevas alternativas con reglas distintas y precios más bajos. Y se lía. Si se tratara de un mercado libre -con exigencias iguales para todos los ciudadanos que quieren prestar un servicio con su coche- no existiría el problema que hoy está incendiando las principales ciudades del país.

Internet abre una serie de posibilidades absolutamente novedosas. Un universo de economía colaborativa que, por ejemplo, puede implantar en poco tiempo el uso compartido de los vehículos para desplazarse en determinados trayectos. ¿Quién le puede poner puertas a ese campo? La respuesta es que nadie. La solución no pasa por asaltar los vehículos, agredir a los conductores y zarandear a los pasajeros. La solución está en la desregulación de un sector que ya es obsoleto.

Mismas reglas para todo el mundo. Y libre competencia. Las mismas obligaciones fiscales y las mismas exigencias para prestar un servicio. Y que el mejor se lleve el gato al agua. Esa sería la mejor solución especialmente para los usuarios, que al final son los que deben condicionar la solución al problema. El número de vehículos -que quieran dedicarse al transporte- que estén circulando por una ciudad no debe estar fijado discrecionalmente por un funcionario, sino por el simple y puro mercado. Habrá tantos coches como negocio exista. Y será la demanda la que regule la oferta.

Pero las administraciones publicas están gobernadas por la política demoscópica. O sea, por los intereses electorales. Así que el problema de los taxis se va a convertir en una pelota que se irán pasando de unos a otros, del Gobierno central a las comunidades y de éstas a los ayuntamientos, para que cada uno se las componga como pueda. Los taxistas lucharán para proteger su mercado cautivo, porque entienden que han pagado por ello -sus carísimas licencias- y los usuarios tendrán que jeringarse soportando las luchas callejeras entre el viejo modelo de transporte público y el nuevo que se quiere instalar.

La nueva comunicación que supone internet afecta todos los ámbitos de la vida económica. Y más vale que lo vayamos entendiendo. La prensa, el turismo, el comercio, los taxis... No hay ningún sector que escape a los efectos de las redes. Y la única opción que tenemos los dinosaurios, para no extinguirnos, es adaptarnos al nuevo mundo en el que ha caído un meteorito en forma de teléfono móvil.