Es posible que nuestra entrañable plaza de los Patos surgiera inspirada en otra existente en el sevillano parque de María Luisa, donde expresé mi decepción cuando contemplé el original de la improvisación, porque en esta ocasión la excelente copia supera con creces la primitiva.

La cerámica, de clara inspiración andaluza, fue encargada a la fabrica Santa Ana, conforme al diseño original, con seis bancos de azulejos donados por la Junta de Fomento del Turismo en 1917. También contabiliza veinte bancos y una fuente central con un pato y ocho ranas, han sido objeto a lo largo de su existencia de vandalismos por desaprensivos que no quieren que la ciudad luzca sus encantos naturales.

Históricamente, coincidiendo con la visita de Alfonso XIII a la entonces capital de Canarias, se escogió este lugar para la erección de un monumento al general Leopoldo O''Donell. Históricamente el ceremonial consistió en la simbólica colocación de la primera piedra de la futura obra, aunque lamentablemente nunca se volvió a proceder a su continuidad. De esta manera, la plaza quedó incompleta, aunque ornada por un estanque habitado por patos, y coronado por la fina estampa de una garza. Más tarde este estanque sería vallado como prevención de posibles desperfectos y así permaneció hasta su reconstrucción de lo que hoy es nuestro emblemático lugar. Un entorno que supera con creces a las liliputienses ranas originales del parque sevillano, y no digamos nada del pato central que proyecta agua por su pico.

Llegado a este punto, aplaudo la iniciativa municipal, llevada a cabo por la Corporación que preside José Manuel Bermúdez, pero al mismo tiempo no dejo de expresar mi inquietud por su conservación, habida cuenta de la cantidad de ociosos dañinos con que cuenta la ciudad; cuyos genes parecen odiar todo lo que sirva para ensalzar la belleza urbana de nuestro chicharro, que ha celebrado su 221 aniversario de la victoria sobre el ataque inglés a su recinto. Una efeméride a la que se le ha dado la importancia que merece, que sirvió de inspiración a Nicolás Estévanez al contemplar la efigie del vencido contralmirante en la denominada plaza de Trafalgar: "Cuanto más alta se ponga/ de Horacio Nelson su estatua/ más alto verán los siglos/ el nombre de mi Nivaria". Pero esto no interesa a la caterva de gamberros destructores del patrimonio monumental de esta capital, otrora, de Canarias hasta el desafortunado decreto de la división de Primo de Rivera en dos provincias. Me viene a la mente que sería un lugar idóneo para rendir tributo a los heroicos defensores que dieron su vida por la patria.

Expresada mi razonable inquietud, ante los precedentes vandálicos ya sucedidos, rogaría a la corporación que tomara medidas radicales contra cualquier atentado que afecte a nuestro patrimonio, con fórmulas de detección y contención de estas infamias; bien con medios audiovisuales, policiales, o incluso con la erección de una garita de vigilancia en el inicio de la prolongación de la rambla hacia el parque municipal, que impida cualquier iniciativa destructora del entorno. Y, por supuesto, condenar a trabajos forzados de cuidado y limpieza de todo el complejo que antes pretendían destrozar. Ante acciones violentas, sugiero medidas mucho más enérgicas y coercitivas. No olvidemos el tiempo transcurrido desde que se produjo el incidente anterior que destrozó el pato central de la fuente y rompió alguna de las ranas existentes. Volver a encargar otra copia del diseño de los azulejos a la Cerámica Santa Ana, supondría un gasto oneroso y posiblemente muy lento de resolver, dada la complejidad de la artesanía de su elaboración.

Con todo, al menos nos quedarían los laureles de Domingo Serís Granier, que aún lucen esbeltos pese a la inevitable contaminación de vehículos a motor de la zona. Podremos, pues, sentirnos orgullosos de nuestra ciudad, aunque ignoro por cuanto tiempo, con tantos marginales que no respetan ni a sus progenitores.

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