Los sábados estoy saliendo a comer fuera con mi cuñado Alonso a El Bosque, un negocio familiar de comida casera y rica situado en Santa Úrsula, pasado el puente del Rey. Doña María, la dueña, junto a sus hijos, mantienen el establecimiento como una patena, basta con entrar en la cocina y comprobar que los calderos de aluminio brillan como la plata. Aunque la carta es corta, es de gran calidad, sabrosa y muy bien presentada, y los precios son muy razonables. El vino, de su propia cosecha, es exquisito. Lástima que el ruido de los comensales sea ensordecedor, somos todos muy chillones y apenas nos podemos entender porque siempre está hasta los topes.

Después de comer nos ponemos en la barra para tomarnos un chupito sin alcohol y charlar con los habituales de la casa, y es ahí donde surgió la conversación sobre El Pris, ya que doña María y sus hijos suelen ir allí a bañarse. Entre los asiduos está Juan, un buen hombre de mi edad que fue cerrajero en La Orotava y tuvo también una ferretería. Ha cumplido 55 años de casado como yo. Suele ir con su hijo a comer pescado, un muchacho muy profesional que adora a su padre. Otro parroquiano de la barra es Borgoño, propietario de Cerámicas Tacoronte, empresa modélica que pese a la crisis sigue adelante e incluso ha mejorado sus instalaciones. Es unos seis años más joven pero dice que me conoce de la década de los cincuenta, cuando iba con mi jefe, don Leocadio, más conocido por Juan Chiriger, al El Pris, a una cueva equipada con cocina y servicios en la que pasamos muchos puentes y fines de semana. Se ve que mi cara no ha cambiado mucho, a mi costó reconocerlo.

Estuvimos charlando de aquella época entrañable en la que conocí gente interesante e inolvidable, personajes laguneros como don Manuel Hernández Gutiérrez (H. Gutiérrez, alias "El General"), que tenía una fábrica de rosquetes que hacía el famoso "lagunero". Nadie los hacía como él. También estaba el Comandante Castilla que no era militar pero sí un excelente mecánico y gran persona. Vivía en el Cercado Marqués. Otro personaje inolvidable fue Isaac Santana Brito, gran profesional y mejor persona que tenía una carpintería en la avenida Lucas Vega, con quien tuve una gran amistad y mucho aprecio. Junto a ellos tres y algunos agregados más, nos divertíamos en la playa. El general solía mandar a la tropa en bañador, con un sombrero de cartucho de papel y un palo de escoba. A la instrucción en la parte de playa de arena negra se agregaba gente de Tacoronte y turistas, y todo el mundo se reía y gozaba con aquellos mayores tan parranderos. De lo que no puedo olvidarme es de las comidas. Desayunos al amanecer con huevos revueltos con carne de Mérida y una sartenada de papas fritas. Almuerzos de paella, carne compuesta, chuletas y vino de Tacoronte, se bebían dos o tres garrafones. El ambiente era siempre de compadreo, aunque en alguna ocasión se ponían traviesos o discutían, pero aquellos sesentones eran personas muy serias en sus profesiones, y afables y simpáticos cuando se reunían con los amigos.

En una ocasión, con unas cuantas copas de más, hablaron de Fidel Castro, de cuando bajó de la montaña para derrocar a Batista, y la discusión se puso tan tensa que don Leocadio lanzó el garrafón al barranco con tanta fuerza que explotó como una bomba, y despertó a la gente que dormía en sus tiendas de campaña. Entonces, Julio Cruz Portugués, cuñado de don Leocadio y que había venido de visita, se puso con los brazos en jarra y soltó una frase antológica: "Katai el zumbumbello".

Había también otro personaje muy simpático de aquellos tiempos al que llamaban Félix el "barquero". Llegó un día del médico amargado porque le había quitado la bebida, el café y el azúcar, y entonces decía: "si me quita el di y vini, no vale la pena vivir".

Muchas de esas anécdotas me las recuerda Borgoño, que me ha invitado a su casa en El Pris, en la que decidió instalarse porque la climatología en esa zona norte de la Isla es muy buena, y sus noches mágicas.

Días inolvidables los vividos.

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