Ir de excursión a Cuelgamuros no era difícil entonces. Las agencias de viaje estaban aleccionadas para contratar la visita -y ganarse la comisión, de paso-. Así que una guagua nos trasladaba al feudo de fray Justo Pérez de Urbel, prior entonces del Valle, con un guía nostálgico ultra para aleccionarnos de los detalles ornamentales de aquella desmedida construcción que tanto esfuerzo costó a los perdedores de la contienda. Si hubiera que narrar estas vicisitudes, a buen seguro que se nos caería la cara de vergüenza ante tanto abuso, maltrato y precariedad alimentaria. Indudablemente, ante lo poco por mencionar, solo habría que resaltar las gigantescas esculturas de Juan de Ávalos, comenzando por la Piedad de su pórtico de entrada al largo túnel hasta el eje central de la vertical de la enorme cruz situada en lo alto de la colina de coronación, a la que se accedía por un ascensor de pago, si querías hacerlo. El largo camino hasta el altar mayor estaba adornado con los enormes tapices arrebatados de los palacios de los monarcas, hasta llegar al final del recorrido junto al altar mayor bajo la cúpula pictórica de su parte más elevada.

Hablar del contenido de la basílica resultaría prolijo, por la cantidad de esculturas alegóricas que allí se ubicaron, y todo para llegar a la tumba del fallecido, situada como es lógico en un nivel bajo junto al altar principal. Objeto de alabanza por parte de sus seguidores, la tumba ha sido el blanco de la Ley de Memoria Histórica, que resalta que solo deben de yacer allí los caídos en combate durante la Guerra Civil, circunstancia que exime esta condición de reposo desde hace más de cuarenta años a quien murió en una cama de un hospital, fotografiado sin permiso por un yerno ambicioso con desmedido afán de protagonismo.

Para los que por razón de edad no nos alcanzó el conflicto bélico en las trincheras, la indiferencia en cuanto a lo vivido nos situó en un limbo desde el cual contemplamos estas incidencias como algo externo a nuestro entendimiento cotidiano, de lo que supuso para nuestro país el conflicto que lo dividió entre buenos y malos. La crónica de la polémica se focaliza en una clara manipulación política de un representante que aún tiene y debe afianzarse en la confianza de su electorado, porque su ascenso al poder vino trufado de acuerdos extemporáneos, que condujeron a una renuncia inmediata de su correoso rival, que volvió a sus antiguas ocupaciones profesionales y a ser un candidato más de ese premio vitalicio que se otorga a todos los que han prestado servicios políticos ejecutivos a la patria.

La polémica está servida, y más después de que el Consejo de Ministros decretase la exumación de los restos allí sepultados, comparándolo con el pasaje bíblico de la frase para un amigo fallecido, atribuida al Mesías. El "Lázaro, levántate y anda", en este caso no va a surtir el efecto apetecido porque la maldición de la Parca existe desde que a nuestros primeros padres se les ocurrió morder la manzana de la discordia.

Ahora solo falta que Pedro Sánchez se resarza de todos los ninguneos que padeció en su larga y exhaustiva andadura hacia el poder absoluto, y como consecuencia tendrá que gobernar los capítulos más desagradables de la democracia, por mucho que los pretenda maquillar de insobornable firmeza.

En cuanto a nosotros, que sobrevivimos el día a día, nos importa una higa que esta operación a tumba abierta solo sirva para llenar las páginas de los periódicos en este estío de sequía informativa, ahora que los padres de la patria están tendidos panza arriba en horizontal lúcida, preparando su estrategia ofensiva para el próximo otoño. Reclamo turístico al fin para los curiosos ante un capítulo detestable de nuestra historia acontecida.

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