Sus señorías, los diputados canarios, se han subido el sueldo mientras el resto de la humanidad estaba en cholas y en la playa. La canícula es un tiempo perfecto para hacer las cosas más impopulares con la mínima repercusión pública. Pero la señal que se manda a la ciudadanía es penosa. El Parlamento hace obras de ampliación de instalaciones, aumenta la plantilla de diputados en diez personas y se sube los salarios. Se comprueba que quienes decían que no habría sobrecostos en los gastos de la institución nos estaban contando otro camelo de los que están acostumbrados a soltar, plenamente conscientes de que la memoria de la gente es muy frágil. Mientras la economía nos ofrece nuevas y alarmantes señales de amenaza, los que andan en el sector público siguen con su alegre fiesta, disparando con pólvora ajena. En vez de reducir costos, apretarse el cinturón y dar ejemplo de austeridad, hacen todo lo contrario.