Por estas fechas del calendario, acostumbro a desempolvar la memoria y referirla a los antepasados que un día gozaron del merecido protagonismo, como todos los mortales que se precian de serlo. Porque si nos remontamos al siglo XIX, podríamos partir de una acomodada familia de abolengo, establecida en calidad de terratenientes rurales en la Villa; donde, por cierto, generaron una costumbre de corte religioso, que consistía en homenajear el paso del Santísimo frente a sus casas. De esta forma, a golpe de calendario y ante el cierto declive que estaba experimentando la celebración litúrgica, a doña Leonor del Castillo y Monteverde, en colaboración con sus parientes Pilar y Catalina, se le ocurrió tomar ejemplo de la experiencia contemplada por las tres en su último viaje familiar por la península itálica, de camino a Roma a visitar al Santo Padre. De este modo pudieron contemplar esta tradición napolitana en la localidad de Torre del Greco al paso de la procesión, observando la diversa tipología del arte floral. Así, pues, desde su privilegio de personas pudientes, que se podían permitir el lujo de viajar -hasta es muy posible que el vocablo turismo fuera aún desconocido- idearon el boceto y la confección posterior, con ayuda de su criado de confianza, Raúl Valladares, vinatero de oficio, una primera alfombra de trazos geométricos sencillos y de moderado tamaño, creada sobre el pavimento pedregoso delante de su casona de la calle Colegio, para rendir tributo al paso de las andas del Corpus en su fiesta mayor. Celebración litúrgica a la que luego más tarde se uniría el populismo de la tradicional fiesta en honor de San Isidro y su célebre romería costumbrista.

Inmersas las familias en una ostentosa y calculada rivalidad, al año siguiente de esta iniciación, entre 1844 y 1847, ya se podía ver a la servidumbre de las mansiones vecinas afanada en la creación de alfombras confeccionadas con pétalos de flores de sus propios jardines, al tiempo que se iban improvisando útiles y aditamentos para facilitar las caprichosas formas de los dibujos. Así hasta completar más de una treintena de tapices de efímera duración, hasta concluir el paso del sagrado corporal. Hoy en día, esta costumbre villera se ha expansionado por Tacoronte, que desde 1897 lo celebra, y continúa en La Laguna, segundo municipio de la Isla, merced a la iniciativa de Luis Marrero, sacristán de La Concepción, quien siguió impulsando esta costumbre, junto con los expertos Mirabal, Marti y Rojas.

Con el tiempo y la mejora de la calidad de los dibujos de los bocetos, de José y Agustín Monteverde, dos miembros destacados de la familia, las alfombras siguen ostentando calidad, gusto e imaginación; siendo la de los descendientes de doña Leonor las de clara influencia inspiradora italiana, por ser la fuente originaria de esta tradición cristiana, cuya réplica la podemos ver en la localidad gallega de Puenteareas, celebración que he tenido el privilegio de contemplar "in situ" y charlar con los alfombristas organizadores del acto, que desde hace algunos años establecen con sus homólogos de La Orotava un intercambio de su arte efímero, situando indistintamente sus alfombras en el lugar más destacado del paso procesional, frente a la iglesia matriz. Buceando en la historia, hemos averiguado que esta iniciativa gallega es de clara procedencia tinerfeña, ya que surgió allí la costumbre promovida por una distinguida dama orotavense, cuyo esposo, un reconocido magistrado, ejerció su profesión en dicho lugar, en donde consolidaron su residencia. La única nota negativa que pude observar en la celebración, fue la de la levedad del tiempo, ya que estas laboriosas obras de arte solo permanecen terminadas durante un breve espacio de horas, antes del paso procesional que las destruye. Sin embargo, entre nosotros sí permanecen confeccionadas desde la tarde anterior para permanecer toda la noche, hasta el día siguiente, cuando finaliza la procesión del sagrado paso.

También hago constar que el Consistorio ha convocado por una sola vez un certamen de coplas canarias con motivo de la festividad de San Isidro. Un concurso del que a pesar de señalarlo se manifiestan reacios a repetirlo, aunque ignoramos los motivos reales para esta dejación, que tiene que ver con el empobrecimiento de nuestro acervo popular, tantas veces políticamente reclamado y exaltado por las autoridades en vísperas de elecciones.

Septiembre es, concluyo, un mes puntero en celebraciones, pues a la romería güimarera de El Socorro hay que unirle la festividad de los Cristos de brazos abiertos para con sus fieles, junto a la costumbre estival del tiempo de la cosecha y vendimia de los frutos sazonados para gestar el milagro del vino nuevo. Óptima forma para brindar por el devenir de otro año de paz y armonía, de lo que nació siendo un humilde pétalo de ofrenda y devoción.

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