Belgrado, que este verano tuve la oportunidad de conocer, fue hasta hace pocos años la capital de Yugoslavia. Tras las sucesivas guerras de los Balcanes en los años 80 y 90 del siglo XX, se fueron produciendo diversos desmembramientos de Yugoslavia, convirtiéndose en nuevos países: Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, la República de Macedonia del Norte, en un principio. Posteriormente, la República Federal de Yugoslavia, ya con distinta composición geográfica, existió hasta 2003, año en el que pasó a denominarse Serbia y Montenegro. Este último país continuó existiendo hasta 2008, cuando Montenegro abandonó la Unión y se consolidó como un nuevo país. En ese mismo momento Serbia también declaró su independencia.

Belgrado, actual capital de Serbia, ha tenido, por tanto, que recomponerse. De ser la capital, y la ciudad más grande y más poblada de Yugoslavia (que tenía más de veinte millones de personas en el período finisecular del siglo pasado), a ser actualmente la capital de Serbia integrada por siete millones de habitantes.

Serbia, tras las guerras de finales del siglo XX, ha ido poco a poco situándose como un Estado más en el complicado tablero de los Balcanes. Así, ya es país candidato de la Unión Europea, con 14 capítulos abiertos (de los 32 que componen la negociación), y 3 de ellos ya cerrados. Por otro lado, las infraestructuras destruidas por la OTAN durante el conflicto bélico se van reconstruyendo, y están ya casi todas puestas nuevamente en pie. Como muestra de ello, podemos citar que el pasado sábado uno de septiembre se reinauguró el puente Zêzêlj (construido originalmente en 1961 y destruido en 1999) en la segunda ciudad del país, Novi Sad, que será nuevamente trascendental en el transporte de viajeros y mercancías entre Europa Central, Serbia y los Balcanes.

Belgrado, la París de los Balcanes, ya ha vuelto a sonreír. Es una ciudad absolutamente llena de vida. El hotel Moscú, centro neurálgico en la época soviética, sigue siendo un atractivo de la capital de Serbia, con su estilo art-nouveau. El Museo Nacional de Serbia contiene una gran colección (más de 400.000 objetos de exposición) equiparable con cualquier importante museo europeo: obras artísticas de todas las épocas de pintores y escultores serbios, y también una importante representación de artistas universales: Picasso, Kandinski, Mondrian y casi todos los impresionistas. Las arterias principales de la ciudad están llenas de vida a todas horas, entre ellas, la calle Kneza Mihaila, donde en una de sus esquinas se encuentra el Instituto Cervantes. La plaza de la República es, asímismo, un constante hervidero de gente en la calle, artistas que con sus instrumentos musicales se intentan ganar la vida, protestas de sociedades de animales contrarias a que muchos de ellos se conviertan en pieles, y un sinfín de tiendas de ropa con las últimas novedades.

Además, los sitios históricos conservan su belleza y armonía en Belgrado. Kalemegdan, fortaleza y parque, donde está el mausoleo de los héroes nacionales, el fantástico Jardín botánico, la catedral ortodoxa, y, por qué no, un paseo en barco por el mítico río Danubio.

En Serbia, también estuve en Novi Pazar, una referencia cultural imprescindible, con una numerosa población musulmana, y en la que no faltan el café, las costumbres y la cocina turca.

Serbia, un país saliendo del ostracismo a toda velocidad. Sus ciudadanos son particularmente agradables. Y Belgrado, como dijimos, una bella señora que tiene muchos motivos para volver a sonreír.

* Presidente de TuSantaCruz