Me eduqué en un colegio religioso, los Maristas, que son religiosos pero no curas. No pueden decir misa ni impartir los Sacramentos. Se dedican a la enseñanza. Los votos de obediencia, castidad y pobreza con los que se comprometen tras el "noviciado" les impiden la vida en pareja o en matrimonio. Así me lo hicieron entender y fueron la causa principal de mi abandono. Imagínense un adolescente en los umbrales de los diecisiete para el que la sexualidad se presenta como el tsunami imparable que lo arrasa todo. No tenía la vocación suficiente. La obediencia y la pobreza no me ocasionaban ningún trastorno. Ni me lo planteaba.

Muchas veces he reflexionado sobre este tema. Especialmente cada vez que salta algún episodio de abusos sexuales en el seno de la Iglesia. Porque nunca llegué a entender esto del celibato obligatorio de los curas. Y ojo que no estoy diciendo que con los curas en pareja se acabaron los abusos, pero vayamos a las cifras y a la comparación con otras confesiones que sí permiten tener familia a los sacerdotes.

Los casos denunciados de abusos sexuales no pasan de 3.000 en todo el mundo, si bien es seguramente cierto que falta mucho por aflorar. En definitiva, representan el 3 % de los clérigos y el 0,003 % de las víctimas. O dicho de modo más benigno, el 97 % de los sacerdotes católicos están libres de toda imputación. El dato desde el punto de vista cuantitativo es absolutamente irrelevante. Pero muy preocupante desde la perspectiva ética o moral y, sin duda, religiosa. No hace falta argumentarlo. El problema, a mi juicio, no reside en la denuncia, en todo caso necesaria, ni siquiera en las sanciones o posibles reparaciones -si es que se puede reparar semejante daño- sino en afrontar la causa del fenómeno.

Vayamos a la raíz del problema. Busquemos las causas. Es un hecho evidente que, salvo excepciones, el ser humano está dotado de vigor sexual. La sexualidad es uno de los componentes esenciales de la persona, sin la cual la humanidad probablemente habría dejado de existir. Además, es un factor básico para la estabilidad física y emocional, y uno de los mayores placeres que la naturaleza ha reservado a los seres humanos. Reprimirla o sublimarla, que es otra forma sofisticada de represión, y hacerlo por obligación, es simplemente una aberración.

Los argumentos que sostienen el celibato obligatorio en el sacerdocio católico carecen de fundamento, al menos para mí. Decir que así podrá dedicarse plenamente a su ministerio es tan absurdo como decir que formar una familia y procrear es un impedimento para el pleno desarrollo de la profesión: léase médico o maestro, saxofonista o carpintero. Jesucristo nunca dijo que sus discípulos tenían que ser célibes. De hecho, Pedro, el "jefe" de los apóstoles, estaba casado. En los primeros siglos de la Iglesia, los sacerdotes e, incluso, los obispos eran casados o solteros, indistintamente. El propio San Pablo solo les pide a los obispos que "sean hombres de una sola mujer".

Muchos estudios apuntan al celibato obligatorio como una de las principales causas de los abusos sexuales en la Iglesia católica, prácticamente insignificantes en otras congregaciones donde no es una imposición. Pedófilos y dominadores seguirán existiendo, pero su número disminuirá sensiblemente si el papa realiza, por fin, las dos grandes reformas que necesita la Iglesia católica: eliminar el celibato y la admisión de la mujer en el sacerdocio.

Si el actual papa Francisco -que cada día me sorprende más gratamente- lo consigue, no solo habrá vencido a sus rancios detractores sino que será siempre recordado como el papa que sentó las bases de una iglesia más igualitaria y más liberada, donde la cuestión sexual podrá ser descartada de la doctrina eclesial.

Tengo un par de amigos curas y, tal vez equivocadamente por mi parte, nunca les he sacado el tema, más pensando que podía incomodarles que por ganas de saber su opinión. Ahora ya no tengo excusa y de paso ya saben cómo lo percibo. A ver si el "con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho?" pasa a ser cosa de tiempos pasados. Por cierto, esto del celibato obligatorio comenzó a plantearse por el siglo XII. Hay que esperar al Concilio de Trento (mediados del siglo XVI) para que la disciplina eclesiástica del celibato se imponga. Y además con excepciones. Es decir, más de tres cuartos de la historia de la Iglesia Católica se vivió sin esta tan innecesaria como anacrónica cruz. Así lo veo.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es