Siempre ha sido y es uno de mis comercios favoritos, por la variedad de productos, la atención y porque está en casi todos lados.

Cuando apenas tenía 20 años mi jefe me llevó de viaje a Madrid. Nos hospedamos en el hotel Carlos V, en la trasera de la calle Preciados, y encontré aquella tienda algo mayor que las normales, con escaparates atractivos y justo enfrente de Galerías Preciados del famoso empresario Pepín Fernández. Ambas marcaban por aquella época la tendencia de lo que sería el futuro en la capital. Mi jefe era de Galerías, decía: "Aquí entras como tu madre te trajo al Mundo y sales impecablemente vestido", pero a mí me encantaba El Corte Inglés. Me enamoré de un conjunto inaccesible de complementos para vestir cuyo principal accesorio eran unos zapatos color granate oscuro, con cinto, calcetines, corbata, gemelos y pañuelo de bolsillo, que costaban todos como tres sueldos. Cada vez que pasábamos por el escaparate me quedaba embobado, y fueron tantas, que mi jefe me pidió que me probara el calzado. Me quedaban como un guante, y los compró. Lo demás no era necesario, pero dijo: "Ya veremos cómo lo pagamos".

Al regresar a casa lo primero que hice fue comprar un corte de una preciosa tela color negra y delicadas rayas blancas en vertical para que mi amigo y sastre Juanito Bonilla me confeccionara un traje en su taller de Benavides. Después me compré una camisa blanca de popelín y lo estrené todo el día de mi cumpleaños. De punta en blanco fui a comer al Sotomayor, la gente me miraba de refilón, particularmente algunas chicas. Como decía mi desaparecido amigo Luis Toledo: "Eres lucidito y resultón". Juventud divino tesoro, qué presumido era.

En mis viajes de trabajo a la Península aprovechaba para pasar por la sección de música, y puedo afirmar sin exagerar que el 90% de mi discografía ha sido comprada allí. Cuando viajaba a Las Palmas a las temporadas de ópera con mi amigo Nelson, su mujer Pino y Paquita, lo primero que hacíamos justo después de dejar la maleta en el hotel Iberia era lanzarnos a la tienda, ellas a oportunidades y nosotros a música clásica. Parábamos a comer en la cafetería la pata asada, nadie la hace mejor que en Las Palmas, con su corteza jugosa y acompañada de una sabrosa ensaladilla y unas gambas al ajillo. Descansito en el hotel y las 7 de la tarde, a ponerse el esmoquin, que era obligatorio para asistir al teatro Pérez Galdós.

Durante la construcción del edifico actual de Tres de Mayo en Tenerife, hicieron campaña de clientes en pequeñas y medianas empresas, y vinieron a mi empresa y nos hicieron la tarjeta a todos, así que ya tiene sus años y mucho uso. Siempre elegí mi ropa, y cuando podía caía algún traje de Emidio Tucci, prendas para toda la vida. Ahora mis compras se limitan al supermercado, algún libro o comer en la cafetería de la séptima planta, casi siempre con un amigo porque ese día nos ha tocado hacer recados o acudir a alguna cita en la Residencia. Siempre comemos lo mismo, un plato combinado de pechuga rellena con ensalada y huevos y papas fritas. Muy a gustito con el aire acondicionado, la cervecita y bien atendidos a un precio altito, pero no exagerado.

Desde hace unos años también soy asiduo al Supercor de Candelaria, traen la compra a casa y me tratan maravillosamente unos empleados serios y serviciales. Mi única queja, sin acritud, es el tema de las ofertas, de las que ya he hablado largo y tendido, porque ya no cuelan. Por cada 25? de compra te dan un vale de 5? de descuento. No está nada mal, si no fuera por el trabajo farragoso de estar pendiente para que la caja registradora no pase esa cantidad y poder acumularlos, y que para canjearlos tienes que gastar 40?. Una "añagaza legal" que no creo necesaria para aumentar las ventas. No me quejo, pero veo a muchas personas salir malhumoradas cuando les explican la supuesta oferta. Tampoco voy a dejar de comprar allí, me satisface el servicio, tiene precios correctos y productos de calidad, pero creo sinceramente que es algo a corregir para los clientes habituales.

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