Año a año, la Diada aumenta la participación y mejora la intendencia y puesta en escena porque el secesionismo cuenta, sin duda, con defensores honestos que la sienten con el corazón y el estómago y que la quieren por sus narices, con plena legitimidad. Ese torrente humano demostró otra vez su arraigado patriotismo y su fidelidad a un sentimiento que no tiene debate posible; y, a la vez, probó la peligrosa orfandad de liderazgos honestos y valientes que, como la gente sencilla que porta antorchas o lazos amarillos, demande la segregación sin ambages, porque sí, sin tener que acudir a las tácticas cansinas de la mentira continuada, que solo crea callos dolorosos, o al artificio de la posverdad que, usado por personajes romos y venales como Puigdemont y Torra, su gregario, resulta patético, desabrido, insoportable.

La Diada recuerda una derrota - la del aspirante a la Corona española, Carlos II de Habsburgo, frente a Felipe de Anjou, el pretendiente francés- y el fin de un sitio de catorce meses hasta la rendición de Barcelona el 11 de septiembre de 1714, epílogo de la Guerra de Sucesión. Su celebración se inscribió en el aura de los nacionalismos románticos y, desde 1886, tuvo continuidad salvo en los periodos totalitarios.

La dedicación a los políticos presos por violar la legalidad a cuyo amparo accedieron a sus cargos públicos - la Constitución y su propio Estatuto de Autonomía - y los mandatos del Tribunal Constitucional, le dio este año una especial carga emotiva y también una presentación espectacular. Nada que objetar a los sentimientos, que son respetables asuntos personales. Otra cosa es la propaganda, cara y continuada de la convocatoria que, sin recato, lanzó la Generalitat, gestionada por un confeso subalterno, y los medios públicos y privados que controla. En un insulto de la historia y la inteligencia, se acudió a Martin Luther King y Nelson Mandela como ejemplos paralelos de los desobedientes confesos, nada menos. Personalmente estimo que los políticos presos deben estar libres para que, como Torra, demuestren quiénes son y a dónde llegan. Para que digan los capitostes, sin falsedades ni trampas, en la Diada y los otros días, que piden la secesión porque sí, como lo hacen muchas personas movilizadas en ese propósito; por una vez harían un servicio decente a la causa y, además, la entenderíamos mejor.