Hace un tiempo leí un tuit que escribió el periodista Matías Prats que decía lo siguiente: "No llames karma a las cosas que te pasan por gilipollas".

La palabra "gilipollas" es tan española como la siesta, como el cocido madrileño, como la verbena de la paloma, como la tortilla de papas y cebolla, como el gazpacho en verano, como las croquetas, que se hacen con las sobras del cocido madrileño que nombré anteriormente; o como una tediosa tarde de fútbol y radio con el sonido de unos niños chillones cuya voz sube por el patio interior.

Aquí en Canarias somos más de la expresión "pollaboba". También en alguna isla nuestra se utiliza el vocablo: "coño/bobo". Si nos vamos a Cuba, existe una expresión que significa lo mismo, y que se dice en la zona central de la Isla que es la siguiente: "come/gofio". Nunca me gustó esa frase, ya que se refería a los isleños que los llamaban bobos porque solo trabajaban y comían gofio. O en Venezuela la palabra "güevón", que con gusto se la diría hoy a alguien si me lo tropiezo de frente. Esas serían algunas formas gramaticales que se utilizan en América para expresar un término de gran carácter castizo: "gilipollas".

Pero si analizamos el fondo de lo que quiere decir Matías Prats, tiene toda la razón. Muchas veces nos suceden cosas por auténticos gilipollas, que después le achacamos al karma. Tener un buen karma es una cosa y ser gilipollas es otra. A veces confunden que una persona sea buena, entregada, colaborativa, solidaria, con esa expresión tan castiza.

El karma se cultiva. De eso saben mucho otras culturas en las que se examina el karma diariamente y, en la situación que nos está tocando vivir, creo que deberíamos hacer lo mismo porque todo está cambiando a una velocidad de vértigo.

Para mí, tener un buen karma es compartir lo que tienes, sobre todo lo espiritual. Un buen karma es alegrarte de que al que está a tu lado le vaya bien, que consiga sus sueños, que alcance sus metas, que prospere? ¡Que sea feliz! Un buen karma, en definitiva, es poder analizar tu entorno de manera solidaria y colaborativa.

Y hoy, cuando nos hace mucho más feliz lo espiritual que lo material, es una buena manera de hacer crecer nuestro karma como si fuera el antiguo Klout en las redes sociales. Si encima podemos avanzar y hacer que los demás avancen en un buen karma, seremos todos más felices. Y es que el secreto de la auténtica felicidad es intentar hacer felices a los demás.

A veces nos pasan cosas que son inexplicables. Las malas se las achacamos al karma, pero en cambio, las buenas consideramos que son debidas a un golpe de fortuna, a la suerte. Hay cosas que también se las dejamos al destino como una manera de resignarnos, pero el destino también lo hacen las personas de buena voluntad con las que convivimos todos los días. Podemos cambiarlo todo. Tenemos energía para hacerlo. Capacidad para que sucedan. Actitud para que ocurran.

Me quedo con una frase magistral que utilizó el presidente del Cabildo de Tenerife, Carlos Alonso, en su discurso de investidura hace tres años: "Las cosas cambian porque alguien impulsa esos cambios". Estoy totalmente de acuerdo. Me gusta la gente que se levanta todos los días con el ánimo de querer cambiar su mundo que, en definitiva, es el de todos nosotros. Me apasiona la gente que quiere cambiar situaciones también pensando en los demás. Eso llevará a una situación de bienestar y de felicidad que podemos llamarlo como queramos: karma, aureola, buenas vibraciones, buena vibra, aché (como dicen los santeros), buena magia... Como deseemos.

El buen karma del que está a mi lado siempre me beneficiará. Me encanta rodearme de esas personas que generan esas energías, que las proyectan. Aquellas que todo lo contagian de bondad, de felicidad, de ilusión y de positividad.

Gracias al gran Matías Prats por esa frase absolutamente real: "No llames karma a las cosas que te pasan por gilipollas".

*Vicepresidente y consejero de Desarrollo Económico del Cabildo de Tenerife