La diversidad cultural constituye uno de los rasgos fundamentales de las relaciones humanas. Es la cultura la que nos diferencia del resto de otras especies animales. Un estilo compartido de la manera de hablar, la expresión del rostro, las maneras de vivir, hasta de divertirse, reírse y de relacionarse socialmente constituyen un conjunto de referencias que definen una determinada cultura.

Y si la enmarcamos en el conceptualismo del nacionalismo tenemos que decir que este es un principio político e ideológico cuyo vinculo social básico es la semejanza cultural. Y tal es así que basado en esto se ha definido a la nación en términos de "cultura compartida".

Las naciones circulan por el mundo, las fronteras se diluyen en la integración de ciertos poderes que hay que compartir, pero si desde una comunidad autónoma que cede poder al Estado o viceversa, y este a la supranacionalidad que es Europa, no se construirá jamas una Europa plural y democrática si no se atiene a la diversificación y reparto de poder dentro del marco de una cultura puramente identitaria.

La cultura sin poder esta condenada al olvido, a la desestructuración y a la simbiosis. Simbiosis que es más perversa aún que una aculturación programada. Y si los pueblos, las naciones, quieren conservar sus identidades y pretenden que se les distinga, no existe otra alternativa que en este mundo, mal llamado globalizado, se comience a tener una visión diferente de las relaciones políticas y sociales. Y esto simplemente quiere decir que para reafirmarse y erigirse como una entidad geo-politica-social no hay otra alternativa que ser egocentrista y tener la autoestima en alto grado. Y esto se da cuando se pueda comprobar las diferencias y los firmes posicionamientos en diversas cuestiones, desde las más cotidianas hasta aquellas que requieren tener reflejos de Estado.

Y esto conduce al respeto, a que nadie nos mire por encima del hombro, y para ello hay que llenar las voces de consecuencia política, y dejar atrás las incoherencias que impulsan al maridaje de viejas ideas y hasta de romas proyecciones que alejan a los pueblos de su verdadera esencia.

El poder es necesario para cambiar las cosas y debe utilizarse en ese sentido, pero también hay quien lo usa para traicionar proyectos, para arrodillarse ante el empalago de algunos y ante las magnanimidades fallidas de otros.

El poder ha sido artífice para que muchas naciones se hayan perdido en el marasmo del tiempo, lo que habría que evitar a toda costa, y es que muchas veces el poder ciega, hace a los gobernantes dioses de sí mismos, motiva que se olviden de la temporalidad de sus mandatos y que muchos, si son recordados, ignoran que lo van a ser desde la mofa y desde la risotada.

Cultura y poder son dos categorías universales que dadas de la mano y sometidas a una perfecta sincronización podrían hacer que las naciones escribieran con letras de oro en el libro de su historia, pero también pueden funcionar como dos enemigos irreductibles ya que cada uno por su lado son capaces de desorientar y embaucar las esperanzas latentes de aquellos pueblos que lo único que pretenden es encontrarse asimismo lo que tendrán que hacer desde la cultura y desde el poder. No hay otro camino.