Los movimientos sociales viven largos periodos de hibernación, hasta que un hecho circunstancial constituye para ellos su estallido primaveral. Interminables inviernos y eventual primavera. Tindaya había sido para los primitivos habitantes de Fuerteventura una montaña sagrada, su axis mundi, pero el paso de tiempo le había despojado por completo de ese carácter aunque conservara en sus laderas signos podomorfos, realmente valiosos, del arte prehistórico. La montaña sagrada no existía para nadie. Hasta que Chillida la descubrió prendiendo su aún perdurable carácter sagrado, tras la prehistoria. Una excitación ecologista caída del cielo, como ilusionante pancarta reivindicativa.

Si ahora alguien entra en Google y pone Tindaya pronto saldrá repelido. Encontrará un amasijo de controversias de todo tipo: legales, turísticas, políticas, económicas, industriales, medioambientales, de gestión, de titularidades, costes, corrupciones, sucesiones. Las Vegas, en comparación, sería un centro de meditación y espiritualidad. Pocas veces se ha pasado de una propuesta tan metafísica y estética, algo único en el mundo, como Tindaya, a chusco expediente político administrativo.

En el Reina Sofía hay piezas de alabastro y en Chillida-Leku (Hernani) -cerrado por la familia Chillida- de piedra del escultor, que contienen un espacio interior cúbico del que surgen aberturas, lo que Tindaya desarrollaría.

Martín Heidegger quiso que Chillida ilustrara su libro "Die Kunst und der Raum" y así fue: la traslación plástica de la reflexión filosófica sobre el espacio, la ofrecía el escultor. En la época de la cruzada ecologista contra la resacralización que Chillida proponía para Tindaya, escribí dos ensayos, con dos títulos, compruebo ahora, bastantes pertinentes. Uno era "Tindaya, de nuevo axis mundi". Efectivamente el axis mundi o montaña sagrada era el poste que unía los tres mundos: solar (embocadura al sol en el monumento escultura), embocadura a la luna o mundo subterráneo y horizonte: el mundo terrestre. El significado de sacralidad se hacía casi literal; había mucho Heidegger en la montaña, un lugar que "es" en el momento que "deja de serlo": que "es" en el centro de recogimiento y "deja de ser" con las perspectivas que proyecta fuera. Más Heidegger, a través de Vattimo: "inauguraba mundo" y era "producción de la tierra" desde sus mismas entrañas.

Escribí otro ensayo que titulé: "Tindaya, la montaña sagrada, cripta y útero". Aquí sacaba a relucir a George Bataille que maneja otras antinomias, como es la relación entre lo sagrado y la profanación. El único que entendió de forma espiritual, metafísica, estéticamente el carácter sagrado de Tindaya fue Chillida, montaña que seguirá profana y banal para la eternidad.