Ayer leía que Canarias está a la cabeza de los divorcios en España. Bueno, alguien tenía que estarlo. En esta vida nuestra que nos toca cada día la cosa ha cambiado mucho y no le hemos encontrado remplazo. Hemos pasado en pocos años a una justa incorporación de la mujer al mercado laboral y con ello a un cambio en la estructura familiar. El hombre no es, ni ha sido nunca, el único capacitado para traer el sueldo a casa mientras la mujer debía cargar con la tarea de sacar adelante a los hijos y mantener como una patena el hogar. De esa manera veía truncada todas sus expectativas personales y, además, si su relación marital no iba bien, tenía que tragársela toda una vida porque carecía de recursos propios para salir adelante por sí misma. Y si la cosa ha cambiado lo hace aún lentamente.

La estructura de familia ha cambiado de una manera abismal, y nos encontramos con tantos modelos que sería un lío enumerarlos. Hoy los hombres y las mujeres distan mucho de llegar vírgenes al matrimonio y quieren asegurarse de que la persona que eligen es la adecuada para pasar toda una vida, o casi. Idealizamos a nuestro cónyuge de tal manera que cuando nos damos cuenta de que dista mucho de la perfección, no aguantamos dos asaltos. Hemos perdido capacidad de resistencia y no apostamos lo suficiente para lograr tener una historia de vida en pareja longeva. Y esta es la generalidad, porque obviamente existen los infiernos de los que hay que huir a uña de caballo. Pero lo cierto es que el divorcio es la resultante de un sacramento católico que es el matrimonio, y que se ha vuelto en una moda más que en lo que realmente es. Entiendo a quien busca un compañero de camino durante un tiempo para entender que ha elegido al adecuado, pero si no creen en el rito eclesiástico del matrimonio, lo más fácil es dejarlo a un lado y no casarse. Porque mientras tanto, en ocasiones, se hace harto complicado convivir en un núcleo que no ha encontrado acomodo a la familia tradicional.

@JC_Alberto