Tengo el recuerdo de que cuando era mucho más niño de lo que aún me siento, mi abuela convenció a mi madre de que alguien me había echado un "mal de ojo". Así que me llevaron a una señora que me hizo unas friegas con un aceite pringoso y me echó una especie de rezado donde mezclaba el latín de los curas con misteriosas palabras inventadas.

Las brujas, los chamanes, los curanderos y todas esas especies de personas que ofrecían servicios "paranormales" eran hace no mucho tiempo el pan nuestro de cada día, especialmente en las sociedades rurales; porque la magia encuentra su mejor caldo de cultivo donde mayor es la ignorancia.

Ese tal Pamies del que hablan los medios estos días, un caballero que asegura poder curar el autismo no sé si con jabón Lagarto o con una especie de lejía, no pasa de ser otro ser humano que, tal vez creyéndoselo de pies juntillas, piensa haber encontrado una solución milagrosa para algo que no la tiene. Pero eso no es nada de original ni de extraordinario. Existen respetadas organizaciones, en las que militan millones de seres humanos, que sostienen la existencia de una vida posterior a la muerte de la que no existe ninguna evidencia científica. Y esas organizaciones, llamadas religiones, mantienen la creencia firme de que la fe -que se trata de creer en algo que no se puede probar ni comprobar- es capaz de producir la remisión de enfermedades incurables y de personas desahuciadas por la ciencia médica actual.

El ser humano nunca ha podido aceptar que su existencia se basa en salir de la nada para volver a ella. Nos pensamos tan extraordinarios que nos negamos a aceptar que desaparecemos cuando nuestro cerebro se apaga. Así que tenemos siempre la tentación de pensar en que además de carne somos espíritu, eso que denominamos alma. Un invento intangible e indemostrable al que se ha perseguido hasta ponerle incluso un peso de 21 gramos, que es la diferencia que se sostiene que existe entre un ser humano que esta vivo y el instante inmediatamente posterior a su fallecimiento.

Ese mundo de creencias está plagado de teorías extraordinarias sobre espíritus, reencarnaciones, transmigración, manifestaciones espectrales y percepciones extrasensoriables que sostienen que las almas de los millones de seres humanos difuntos andan por ahí, como ectoplasmas en las listas del paro de la vida. Es parte de la historia de la humanidad y sobrevive al avance imparable de la ciencia y el conocimiento del universo que habitamos. Y es perfectamente respetable. Lo que no tiene un pase es que las instituciones públicas sirvan de apoyo y plataforma a los vendedores de crecepelos milagrosos. Es el caso de las instituciones que organizaron en Canarias conferencias de ese señor Pamies que promete curar el autismo. Las personas son dueñas de creer en la magia, por desesperación o esperanza. Lo impresentable es que lo promocionen las administraciones públicas.