Las lluvias de octubre nos dan un respiro ante el peligro de los incendios en las cinco islas occidentales de Canarias. La cosecha contra el fuego ha sido buena, posiblemente la mejor en los últimos 30 años, tanto por el reducido número de hectáreas quemadas como por los daños producidos. No obstante, la lectura de este hecho debemos hacerla con humildad. Este éxito tiene que ver con los recursos humanos y materiales en la prevención y la extinción del fuego, pero hemos de recordar que en muchos momentos se muere de éxito.

Una parte de la cosecha se debe a los cuidados humanos, bien sean brigadas forestales, equipos de vigilancia, pastores, agricultores, excursionistas y otros colectivos que cuidan de la naturaleza, que, sin lugar a dudas, han jugado un papel positivo y a los que hay que dar la enhorabuena.

Sin embargo, existen otras causas. Recordemos cuando teníamos pirómanos en una localidad de Tenerife (Icod el Alto), hasta tres conatos al día. Aquí y ahora debemos entender que los resultados de este verano no son únicamente de cosecha propia.

Estos surcos de papel quieren hacernos reflexionar sobre asignaturas pendientes, en las que todavía queda un largo trecho por recorrer. Por ejemplo, seguimos aumentando la superficie no labrada en las medianías de Canarias. Tierras en las que antes sembrábamos cereal y papas, ahora son pastizales sin pastores, desde Fontanales hasta Tijarafe, zonas antaño de frutales, cereales y pastos, ahora cubiertos de cañeros, zarzas, hechos, granadillos, espinos, etc; antiguos campos de viña, almendros, higueras, ahora cubiertos de maleza. Solo el sur de La Palma ha perdido más del 40% de la superficie cultivada de vid en los últimos 20 años, o qué decir de Icod de los Vinos, Frontera, Artenara o Arure, campos con apenas huella campesina, con lo que ahora llaman los ingenieros combustible, territorio ideal para el fuego que ahora, en muchos casos, está sembrado de casas ocupadas por urbanitas que esperan que los helicópteros y los drones apaguen el fuego.

Aquí puede irnos igual que como les ha ido en California, Portugal o Galicia. Solo en California, ardieron este verano más de 300.000 hectáreas, miles de viviendas quemadas, pérdida de vidas humanas. Allí se utilizaron grandes equipos que han demostrado lo poco útiles que son. La prevención sigue siendo la gran asignatura pendiente tanto en California como en Canarias.

Hagamos una reflexión en voz alta, no nos vistamos con plumas ajenas, ni nos colguemos medallas que no son. Este verano ha sido fresco, ya que no hemos tenido apenas tiempo sur y, hasta finales de junio, se ha dejado notar algo de frío -como bien saben los viticultores del norte de Tenerife, que han tenido que vendimiar hasta tres semanas antes, cosechando casi un tercio menos de los kilos habituales-, y con la fortuna de que los pirómanos han estado de vacaciones.

Celebremos los buenos resultados sin descuidar que tenemos asignaturas pendientes en temas forestales, tanto en la limpieza, entresaca, retirada de combustible, pero, sobre todo, los entornos de los montes, tanto en los cultivos como la vuelta al pastoreo, asignatura esta que han mejorado en Gran Canaria con la trashumancia.

Es necesario un cambio en la filosofía ambiental. En muchos casos hemos de pagar por tareas ambientales en las que las brigadas han de mantener superficies concretas libres de combustible, sobre todo en las proximidades de zonas pobladas y vías de comunicación.

El último incendio de California debiera hacernos reflexionar sobre una asignatura pendiente en Canarias. Los drones y los helicópteros, aunque importantes, son elementos auxiliares que no sustituyen a la prevención, cosa de la que sabían mucho los campesinos en los tiempos de hacha, machete y sacho, conservando el entorno de la vivienda limpio de combustible, ahora pastos o monte.

En California no pudieron contra el fuego con los medios aéreos, tuvieron que recurrir a bomberos australianos, utilizando incluso aviones DC-10, y evacuando más de 40.000 personas.

Preparemos desde ahora la campaña para el próximo año.