La primera impresión fue de afable confianza y, apenas iniciada la charla, me transmitió sabiduría y seguridad, binomio que singulariza a los mediterráneos de raza. Tras dos frases previas, aceptó sin dudas ni titubeos la invitación. Después, con sonrisa ancha, preguntó qué tenía que hacer y decir. La tarea se simplificó cuando le dije que se trataba de hablar de la Isla, la geografía y la gente, la historia y la fiesta donde los hombres se transforman en enanos.

Carmen Alborch tenía todos los avales para cumplir sus cometidos y mantuvo, con categoría y eficacia, el discurso de una gala de arte en el contexto de una celebración tricentenaria e inscrita en el calendario europeo. Corría el verano de 1995, con Felipe González en las postrimerías de su quinta legislatura y Aznar rondando La Moncloa. "La ministra del pelo rojo" trajo al último Gabinete socialista su acreditado progresismo y amplia experiencia docente, el primer decanato femenino en la Facultad de Derecho y la creación y apertura del magnífico Instituto Valenciano de Arte Moderno. Con todo ello, dio un toque de rigor y feminismo a su cargo.

Atendió el encargo con solvencia porque, antes de subir a la tribuna lustral de la Bajada de Las Nieves, recorrió La Palma, se alongó a Taburiente y paseó por Aridane y San Andrés y Sauces, que, desde el siglo XVI, sirvieron primores a Europa; además de la cantidad y calidad de las esculturas, "la ermita más modesta -dijo en Santa Lucía- tiene joyas de museo", se sorprendió con la obra de dos manieristas flamencos -Pieter Pourbus el Viejo y Ambrosius Francken- de mínima presencia en las colecciones públicas y privadas españolas. Sus cálidas impresiones e inteligentes reflexiones hilvanaron un relato inolvidable con las claves de la internacionalidad de Canarias, "un lujo de España y la Unión Europea", y su papel estratégico en la globalización que, de entrada, enseñó solo bondades.

Fue un lujo para la política y una fuente para la cultura, un frente siempre en lucha, y para la igualdad, que defendió sin pausa y sin fisuras en libros capitales como la trilogía "Solas, malas y libres", publicada entre 1999 y 2004, y sus optimistas confesiones en "Los placeres de la edad", lanzada diez años más tarde. Hoy habría cumplido setenta y un años.