Según datos del servicio de estadística del Consejo General del Poder Judicial, Canarias sigue siendo la comunidad autónoma española que lidera la tasa de disoluciones matrimoniales: nulidades, divorcios y separaciones, con 7,7 casos por cada 10.000 habitantes. Disoluciones que están experimentando un creciente aumento jamás apreciado en nuestra sociedad.

Efectivamente. Hace varias décadas el divorcio en España era tabú, algo por lo que señalar o ser señalado. Hoy, en cambio, las rupturas matrimoniales están a la orden del día, tanto es así que se dice que cada 5 minutos se rompe un matrimonio, o lo que es lo mismo, 288 rupturas diarias. Este dato nos indica que algo está sucediendo en los últimos años en los que el divorcio nos muestra la otra cara de los cuentos de hadas que culminan siempre con un final feliz y para siempre.

España es el segundo país de la Unión Europea donde más divorcios se producen. Un récord que no se concede aleatoriamente, sino que responde a una realidad inevitable y viene a demostrar que la felicidad de casados tiene fecha de caducidad.

Cuando asistimos a una boda, a nivel familiar o de amigos, suele surgir casi siempre la misma pregunta dirigida confiadamente a las personas de nuestro ámbito o allegados asistentes al acto: "¡A ver cuándo te casas tu, que ya va siendo hora!". Es la típica e impertinente pregunta u observación que se hace al familiar o amigo cercano, como si la vida del preguntado fuera a ir mejor por pasar por la vicaria, el juzgado o el ayuntamiento. Sin embargo, ahí siguen estando los divorcios para demostrarnos que nada es definitivo.

Hasta hace poco tiempo, las personas contraían matrimonio eclesiástico atendiendo a una tradición familiar, a una presión social o dependencia económica. Valores estos que todavía se suelen dar, pero en menor medida, creyendo que las personas se casan por amor.

Entre las diversas causas que están desembocando a las rupturas matrimoniales, una es la liberación de la mujer en el sector laboral, lo que le permite disponer de una independencia económica ligada a un estilo de vida autosuficiente como soltera, viuda o divorciada. Este fenómeno rompe con la antigua imagen de mujer sumisa que no tenía más remedio que aguantar infidelidades, malos tratos, o, simplemente, por no estar enamorada de un marido del que dependía económicamente.

Son diversas las razones por las que hay tantas rupturas matrimoniales. En el fondo, el problema radica en la poca capacidad de vivir un verdadero amor que supone entrega, sacrificio, compromiso con la pareja. Y es porque hoy las parejas no llegan a conocerse bien, por lo que se dejan llevar por el enamoramiento fugaz, en vez del amor perenne. La pérdida de valores es uno de los motivos más destacados por los que falla el matrimonio.

En efecto. Entre las razones por las que una pareja llega al divorcio destacan la infidelidad, la ausencia de felicidad, la falta de amor y de comunicación, frecuentes discusiones, problemas económicos, etc. Sin embargo, cabe pensar en ¿cómo es posible que tantas otras parejas con problemas similares logren mantenerse no solo unidas sino felices? ¿Qué es lo que realmente hace que los matrimonios se separen? ¿Será que no estaban preparados para casarse? La falta de madurez de muchas parejas que acuden al matrimonio sin la debida consciencia de la responsabilidad que adquieren con este compromiso es uno de los factores más decisivos del fracaso.

El amor no desaparece, el enamoramiento, sí. Normalmente, el matrimonio termina porque nunca empezó como debiera ser, porque tanto él como ella no eran conscientes de las promesas que se hicieron el día de su boda y la responsabilidad que adquirieron mutuamente.