En nuestra sociedad la muerte sigue siendo tabú y pensamos que cuanto más lejos, mejor. Olvidamos que la vida está impregnada de continuas pérdidas y que la supuesta muerte es vital; ignoramos que la vida no puede morir y que la muerte no es una desgracia, una mala jugada del destino, sino que es un tránsito, un paso a otro nivel de la existencia; y que el integrar las muertes como parte de la vida es imprescindible para aprender a vivir.

Un discípulo le preguntó a su maestro:

-Maestro, "¿cómo puedo prepararme para morir?".

El maestro le respondió: "Prepárate para vivir."

-"¿Y cómo puedo prepararme para vivir?".

"Prepárate para morir."

Quien ignora la muerte, distorsiona su vida; la muerte es el dato inevitable e indiscutible de todo ser vivo. "Es normal; nos va a ocurrir a todos y siempre acaba bien" -nos dice de esta forma tan simpática Enric Benito-.

Y, como afirmaba sabia y bellamente José Luis Sampedro: "Pienso hacer lo mejor posible y con toda dignidad lo que esta sociedad no enseña y es morir como el último acto vital, la vida es el referente." Y continúa: "Estamos acostumbramos a ver la muerte como negativa, como pesimista, pero la pienso con alegría vital. Lo que no nos enseñan es que al nacer empezamos a morir y que, a lo largo de la vida, la muerte nos está acompañando...".

En general, seguimos alejando a los niños de la vivencia de morir y nos convertimos en personas asustadas y poco preparadas para acoger los cambios.

Cuando asumes la verdad de la muerte y le quitas el poder que le habías dado, tu vida se aligera, vives entusiasmado, liberado...

La vida y la muerte caminan juntas, son inseparables; la muerte es tan cierta como la vida incierta.

Y como nos dice, de forma lúcida y bellísima, Enric Benito: "Aunque todos nos morimos, la muerte no existe. Lo que existe es un personaje que hemos construido; es como un espantapájaros que hemos vestido con nuestros miedos y, si te acercas, y lo miras a los ojos, no hay nada. Es un proceso, muy semejante al nacimiento." Y nos sigue diciendo: "Y está magníficamente estructurado, superorganizado y, al igual que el nacimiento es un alumbramiento, el murimiento también lo es."

Si existe tal semejanza entre el nacer y el morir como momentos clave de la existencia, ¿por qué no dar el mismo amor, la misma calidez... a los que se van que a los que llegan? Son sumamente importantes los inicios y... también los finales.

Me fascina viajar, emprender nuevos caminos... Disfruto acogiendo, observando? contemplando rostros, miradas, sonrisas; me encanta sumergirme en mundos "aparentemente" distintos al que me ha tocado vivir e intuyo que nos espera el "viaje más apasionante de nuestras vidas". Os confieso que tengo una enorme curiosidad.

Todavía estamos en la Tierra, aunque os recuerdo que no sabemos por cuánto tiempo, pero la invitación es que vivamos con autenticidad, conscientes, abiertos, confiados, amando, compartiendo, entrenándonos en el soltar... y, cuando llegue la hora de la partida, estaremos ligeritos para seguir "soltando"... Cada muerte es un final y un principio; es un final para un cuerpo viejo, gastado, deteriorado, y es una gran oportunidad para empezar una nueva vida: el principio de una gran aventura.

Me encanta la descripción que hace E. Kübler-Ross en "La muerte, un amanecer" sobre el proceso de morir:

"Cuando hemos realizado la tarea que hemos venido a hacer en la Tierra, se nos permite abandonar nuestro cuerpo, que aprisiona nuestra alma, al igual que el capullo de seda encierra a la futura mariposa. Llegado el momento, podemos marcharnos y vernos libres del dolor, de los temores y preocupaciones; libres como una bellísima mariposa, y regresamos a nuestro Hogar".

Cuando, momentáneamente, nos sentimos satisfechos con lo obtenido queremos conservarlo, que nada cambie. De esta forma la muerte aparece como el gran tabú que viene a buscarnos y nos "arranca" de lo conocido y de nuestras inseguras seguridades. Nadie nos ha enseñado qué hacer cuando llegan las pérdidas... Perder es inevitable y también recordar que la pérdida contiene una ganancia. Si vamos integrando lo vivido, si vivimos reconciliados con nuestra propia historia... cada día seremos más humildes, amorosos, transparentes... viviremos más desde la autenticiddad del ser que somos... y como dice un ermitaño anónimo: "Lo triste no es la muerte, sino el haber vivido sin descubrir tu verdadera riqueza".

Me parece de vital importancia el ejercitarnos en el soltar, ese soltar que nos aligera y nos libera. Convertir nuestra vida en un entrenamiento en el soltar, aceptar...

Puede decirse en este sentido que morimos muchas veces en la vida y que aprendiendo a morir se aprende a vivir, y por la misma ley, nadie aprenderá verdaderamente a vivir si no aprende cada día a morir.

Tener presente la muerte (que puede tener lugar en cualquier momento) significa, por una parte, apreciar la vida que tienes; anticiparte a la inevitable consideración final (¿he aprovechado mi vida? ¿he vivido mi vida con sentido?) y llenar de sentido tu vida ahora, que aún estás a tiempo. Tener presente la muerte significa centrarte en las cosas importantes, más que en las "urgentes".

El integrar la muerte como parte de la vida es imprescindible para vivir de verdad, en plenitud.

Esa seguridad solo se puede adquirir desde el interior entrenándonos en soltar y en ir confiando cada vez más y más en que la vida nos socorre. Entrenándonos en nacer y morir cada día y en caminar libres y ligeros por la vida, disponibles, atentos y amorosos. Abriendo los ojos a lo que se nos muestra: todos somos maestros y discípulos.

Y quiero finalizar con una sobrecogedora y maravillosa frase de Rabindranath Tagore: "La muerte no es extinguir la luz; es tan solo apagar la lámpara porque ha llegado el amanecer."

*Psicóloga clínica