Me contó una periodista que lo vio que hace algunos años, tras una conferencia de prensa del neodictador nicaragüense Daniel Ortega un periodista se levantó y le dijo:

-"¿Quiere que pongamos algo más, señor presidente?"

Eso pasa con los dictadores, que dictan lo que quieren que se publique, sin tener en cuenta demasiado las preguntas que le hace la plebe en forma de periodistas.

Algo similar ha pasado ahora en Huelva, adonde fue el líder del Partido Popular con todo su equipo andaluz con el propósito de decir lo que sea en la precampaña electoral.

Esos actos de campaña son antiperiodísticos, como los mítines en general. Los candidatos o sus jefes se encuentran con los suyos, contentos de estar juntos y de ser del mismo partido. A veces esos encuentros se hibridan, como en este caso, y se mezclan periodistas y militantes, y la mezcla produce esperpentos.

En esta ocasión, el joven líder popular hizo un recuento de lo bien que lo hace, y de lo mal que lo hace el Gobierno; dio la bienvenida al partido al padre de una niña asesinada, repartió parabienes para su candidato, el andaluz Juan Manuel Moreno, y le dio estopa a Pedro Sánchez, al que, por lo que se le oye a Casado, habría que meter preventivamente en la cárcel.

Los partidos están en su derecho a expresarse como les da la gana incluso en tiempos de duda. Este es un tiempo de duda del Partido Popular, pues la mujer que ha sido hasta ahora una potentísima secretaria general está en entredicho porque recibió en la oficina del partido en la calle Génova de Madrid a un policía delincuente. Por lo que se oye en las escuchas que la prensa y la radio y la televisión han difundido ampliamente, ella, María Dolores de Cospedal, y su marido, López del Hierro, que no tiene ni tuvo ningún cargo en el partido, hicieron determinados encargos y pidieron ciertas informaciones al nombrado delincuente, el excomisario Villarejo, en la propia sede del partido.

Como eso estaba, y está, en las noticias, los periodistas presentes en el mitin de Huelva quisieron preguntar, y lo hicieron. Fue una extraña rueda de prensa, en la que Casado hizo propaganda de sí mismo, siguió presente aupado por sus militantes, y cuando abrió el turno de preguntas se explayó con una locuacidad sin freno? excepto cuando le preguntaron por las acciones y dichos de María Dolores de Cospedal.

Llegados a ese punto, Casado dijo lo que debía tener memorizado, pues no pasó de un párrafo, medido con el metro iridiado que se guarda en Génova y que han usado antes Mariano Rajoy o la propia Cospedal. Lo interesante de esta historia no es lo que dijo, ni cómo lo dijo, pues no dijo nada que fuera periodísticamente nuevo con respecto a otros episodios parecidos ocurridos en el seno del PP. Lo que llamó la atención fue la actitud de los seguidores de Casado que siguieron presentes en la rueda de prensa.

Eso ha sido suculento desde el punto de vista del ejercicio del periodismo. Tanto unas respuestas de carril, en la que se lució con todo lujo de epítetos contra el presidente Sánchez, como en la propia respuesta raquítica, y sin repreguntas, sobre la cuestión Cospedal, el público afecto presente en el acto onubense aplaudía con fervor al líder.

No escuché muchas protestas de las asociaciones de la prensa, porque quizá se ha acolchado el oficio frente a este tipo de desmanes. Pero sí debo decir que me pareció una buena ocasión para que los profesionales de la prensa levanten la voz con esta usurpación del derecho de los periodistas de preguntar y recibir respuestas en un clima no condicionado por el fervor de los que aplauden cualquier cosa que pronuncie en público su líder político.

No está lejos esta actitud del entorno de Casado de aquella rueda de prensa de Daniel Ortega. Alguien se lo tiene que decir, pues un día se sentirá preguntado a mayor gloria suya por los propios militantes, disfrazados de periodistas.