Hace poco compré el último libro -"El del Rastro"- de Andrés Trapiello y "Esclavos de la consigna (Memorias II)", del chileno Jorge Edwards. Al poco constaté la disyunción: Trapiello, un referente de diarista y Edwards, ahora, un memorialista. Que es género que leo con gusto, no tanto los diarios, salvo que pongan su atención en hechos colaterales muy sobrevalorados y divertidos.

Aun sin poder respaldarme en dato alguno, sospecho que una mayoría de los que han escrito memorias han querido desde la niñez, o adolescencia a más tardar, dictarlas alguna vez. Por eso, cuando llegan a su ejecución, lo hacen bien pertrechados de notas, agendas, diarios, genealogía, manuscritos, porque muy precozmente preverán que ese día llegará y que entonces habrán de difundir su contenido.

Lo común es que los libros de memorias brillen por toda la recopilación de datos e información que son capaces de ofrecer: observaciones minuciosas, diálogos precisos, ordenada cronología, y pensamientos, aunque desfasados, bien estructurados y actuales.

Con lo que vienen a demostrar que la memoria no es la potencia que ha impulsado el libro, sino que ha sido el material conservado para ese fin el que ha servido para sistematizar lo vivido que se reservaba mostrar. Una tarea de sucesivos presentes (como son los diarios), mucho antes que de memoria. Hace años un autor de mi añada, apenas conocido, me sorprendió porque muy prematuramente iba registrando todas las circunstancias por las que atravesaba en una montaña de agendas, cuyo fin último desde del inicio no era otro que escribir un libro autobiográfico y generacional (gobernó una revista alternativa).

Por tanto, soy de la opinión de que las memorias no es obra de senectud y balance de la vida, sino de una decisión de la niñez acompañada de la férrea determinación de formalizarla mucho después de aquel propósito, quizá inconsciente. Creo que son muchos los casos en que aquel impulso prematuro de dar cuenta solemne de la vida por vivir, es lo que llevó a sus autores, como señalaría la teoría psicoanalítica, a desarrollar una relevante y lustrosa obra literaria. Méritos con el que el fin del deseo alcanzaría la gloría autobiográfica, un resultado pomposo y senatorial. Quienes de verdad desearon con fuerza ciega justificar sus vidas nutriéndolas de hechos destacados, servir de ejemplo o suscitar interés para coetáneos y venideros, consagrarían sus vidas a alcanzar esos resultados urdidos en la niñez.

Pienso que un empeño tan perseverante, sin desvíos, es fundamental para la culminación de las memorias: el género infantil por excelencia.