María Dolores de Cospedal ha decidido dejar su cargo en la dirección del PP, pero permanece temporalmente aferrada a su escaño en el Congreso de los Diputados. Es decir, que entiende que el escándalo de la grabación con el comisario Villarejo le lleva a tener que dejar la cúpula de su partido político -probablemente para no perjudicarle-, pero le permite seguir sentada en su escaño en el Congreso, dentro del Grupo Popular. Resulta muy difícil saber qué complicado mecanismo moral le ha permitido llegar a las dos conclusiones al mismo tiempo.

Cospedal ha comenzado un camino que termina donde termina: marchándose de la vida pública más pronto que tarde. Aunque intente dilatar la decisión, en la vana apariencia de que ella va a controlar los tiempos para hacer de su salida un acto digno, es obvio que ni Pablo Casado ni la nueva dirigencia del PP se puede permitir el lujo de ir arrastrándola como una carga.

Pero el PSOE está colocando su cabeza dentro de un nudo corredizo. Los pasos que dé la señora Cospedal van a señalar el camino que deberá seguir la ministra de Justicia, Dolores Delgado. Pese a que se intenten establecer diferencias entre una grabación y la otra, las dos son demoledoras. Cospedal habla con un comisario de policía para que espíe ilícitamente al hermano de un ministro socialista (Pérez Rubalcaba) y a algún compañero de partido molesto. Dolores Delgado no le encarga nada a Villarejo, pero es fiscal en el momento de la conversación y asiste a una confesión espontánea de un policía que confiesa la creación de una red de prostitución, una especie de proxenetismo de Estado, entre otras barbaridades.

Es evidente que pocas conversaciones privadas aguantan sin consecuencias una exposición pública. En confianza se habla con una comprensible ligereza. Pero la señora Delgado no debe dimitir por llamar "maricón" a Grande Marlasca, que no pasa de ser un calificativo desafortunado o una gracia con poca gracia, sino porque se asomó al conocimiento de hechos delictivos, de esos que Pablo Iglesias califica justamente como "las cloacas del Estado", sin que se le moviera una pestaña. Lo mismo que hizo la señora Cospedal, con la intención de obtener algún beneficio para su partido. Ambas conocieron los métodos irregulares y delictivos de un comisario de policía sin que les produjera el mínimo problema moral.

Si Cospedal toma la puerta de salida va a marcar el camino de la señora ministra de Justicia. Y lo que es más importante, el de todos los que terminen salpicados por las grabaciones de Villarejo. Las conversaciones que están por venir -y sobre las que circulan en Madrid todo tipo de rumores- van a situar en una posición muy precaria a personalidades relevantes de la vida pública. La vara con la que se mida hoy a Cospedal y a Delgado es la misma que se tendrá que aplicar en el futuro a políticos, jueces o periodistas que protagonicen alguna conversación impropia con el que todo lo grabó.