Tal vez no le guste que se lo recuerden; o tal vez sí. El caso es que Jair Messias Bolsonaro (1955) fue un firme admirador de Hugo Rafael Chávez, con el que compartía la negra pulsión de entrar en política con el uniforme y el recurrente redentorismo de la fuerza armada.

Chávez llegó al poder diez años después de un fallido golpe de Estado, previo indulto de Rafael Caldera y con amplio respaldo electoral; capitán en la reserva y con treinta años de sueldo parlamentario, Bolsonaro llegó a la Presidencia de la República Federativa de Brasil con el apoyo del cincuenta y cinco por ciento de los votos. La victoria de ambos se fraguó en el desencanto ciudadano con los partidos tradicionales, la postración económica y la corrupción generalizada.

Hermanados en raíces y métodos, tras su éxito, el brasileño se desmarcó del chavismo, grosero e implacable populismo para pobres, para seguir las pautas actuales del vecino rico del Norte y de su excéntrico presidente con el que tiene identidad de compromisos -leña sin tregua a la izquierda en todas sus versiones, empezando por la arruinada Venezuela; mano dura con la emigración y recetas ultraliberales en economía- y, como guindas de cosecha propia, la salida de la Organización de Naciones Unidas "por el sesgo ideológico de la diplomacia y la pérdida de legitimidad y poder arbitral".

Nostálgico de la última dictadura y fascista sin pudor, declaró en entrevistas televisivas que "soy partidario de la tortura, pero el error del régimen fue torturar y no matar"; machista, "tú no mereces ser violada", le dijo a una diputada; misógino y racista que se solaza en su afrentosa dialéctica y no duda en atacar a la vez cuanto odia: "No es una cuestión colocar cuotas de mujeres porque sí, porque si lo hacen voy a tener que contratar negros también"; homófobo militante, "si veo a dos hombre besándose por la calle, les voy a pegar"?

Pagó multas por su mala lengua, pero apenas escarmienta. Este es el peligroso mandatario que eligieron libremente los brasileños y, entre la amplia mayoría de sus votantes, muchos deben estar en la diana de sus odio, porque lo que nadie puede negar a este sujeto es que no se corta un pelo en decir cómo es y cómo piensa; y a quién debe fidelidad. Su primera medida de gobierno fue trasladar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén para secundar al incalificable Trump en sus torpezas y provocaciones en el polvorín de Oriente Medio. Bolsonaro trae al incendio más madera, madera de la hermosa y castigada Amazonía.