Cuánto me deslumbró intelectualmente la afirmación de Josep Maria Esquirol en "La resistencia íntima" de que "el gesto humano por excelencia es el amparo". Además, pienso que su principal aplicación es interior y consiste en la comprensión profunda del otro, aun cuando resulte difícil. ¿No estamos inmersos en tiempos de fuerte incomunicación individual, social y política? ¿Cómo abordar estos grandes extrañamientos?

"Todas las divisiones son mentira / salvo la que divide los cuerpos en dos / grupos incomprensibles entre sí. Aquellos que se han roto y los que no", afirma el contundente poema "Los rotos" de Ben Clark. Y, con profundidad, manifiesta algo esencial, no visible a la mirada superficial: la existencia de fracturas interiores con consecuencias importantes, las vidas rotas. Y la voz poética, cuya existencia se encuentra partida, nos dice, entonces, que nunca podría ser comprendida del todo en su fondo íntimo.

"Los rotos no pedimos demasiado: que se nos quiera, sí, / que los que no han vivido la fractura / tengan paciencia / si mascullamos viendo las noticias / o hacemos el amor / con un poco de miedo", continúan los profundos versos de Ben Clark. Es decir, nos abre el conocimiento a un mundo de vidas quebrantadas que no necesitan de explicaciones ni discusiones, sino de mucho cariño, de una gran paciencia, y de saber que portan un fondo de temor e inseguridad personal.

Además, la grandeza del poema de Ben Clark es que está escrito en diálogo con la persona amada, a la que, por ello, desea que nunca pueda comprenderlo, porque eso significaría que ella también se habría fracturado. Y por eso ofrece una valiosa exposición del mundo de las propias heridas, y una petición sincera de compasión, de ternura, de empatía para ser comprendido mediante las razones del corazón: "Entenderás, entonces, ciertas cosas. / Por qué en casa las tazas no se tiran / y por qué a veces quiero / estar solo después de que suene un portazo. / Los ritos de los otros, amor mío. / Ademanes que espero no comprendas nunca".

O sea, nos da la clave para el amparo interior: el amor. Porque con mucho afecto a las personas se vence la grandísima distancia entre los dos mundos, el de los rotos y resentidos en alguna parcela importante de la vida, y el de quienes se mantienen de algún modo intactos. Cuando se ama, se comprende siempre; y cuanto mayor sea la distancia intelectual, más cercanía afectiva se necesitará.

Dos ejemplos. Explica Gilles Lipovetsky en su reciente libro "De la ligereza" que muchas personas tienen miedo de vivir un nuevo fracaso amoroso y acuden a la "soledad como consuelo: más vale estar solo que vivir conflictos agotadores y un nuevo fracaso". Así pues, encontramos a personas resentidas del amor. Entonces, aunque no compartamos su desencanto o su discurso -incluso airado- respecto de la familia o sobre el amor para siempre, por ejemplo, se tratará de estar a su lado mediante el amparo de la comprensión y del afecto que impide el juicio moral.

También existen personas con decepciones y heridas religiosas hondas. Por las razones que sean: abusos, noticias, explicaciones infantiloides que luego les desencantan, por no entender el mal en el mundo y atribuir a Dios que no lo ataje, etc. Y, de nuevo, resultará muy difícil la discusión serena, el cruce de argumentos entre unos y otros. Pero, entonces, resaltará otra vez la necesidad de estrechar los vínculos de cordialidad y la comprensión interior.

Ahora bien, sin olvidar que todos somos seres heridos, incompletos, que llevamos "fecha oculta / de caducidad", como lo expresa el poema de Adolfo Cueto, que continúa: "Nada hay que sea nuestro, / sin embargo, más allá de este amor / que nos quema la sangre". Nos hace ver que el amor que rescata a los rotos, en el fondo, redime también a cualquiera. A todos.

@IvanciusL