Ida Vitale se convirtió hace unos días en la quinta mujer que gana el Premio Cervantes. La poetisa uruguaya, poco después de conocer la decisión del jurado, atendió a Radio Nacional de España. "Me siento muy feliz, porque ya me avisaron de que no ha habido muchas mujeres en este premio. No suelo echar por delante la condición femenina, pero bueno, cuando una se encuentra con una información así, lo que pienso es que no me toca solo a mí, sino a un sector un poco menos atendido de la sociedad".

La sensación de esta lúcida artista, que ya ha cumplido los 95 años, es la que tienen muchas otras cuando alcanzan el éxito y hacen balance. Nuestra vida hoy no es la de la infancia de Ida Vitale ni la de sus coetáneas españolas de principios del siglo pasado, pero la desigualdad de género sigue existiendo. Lo saben muchas de las mujeres anónimas que nacieron en la primera mitad del siglo pasado. Ellas no recibirán un premio, pero han hecho muchos de los sacrificios que, seguro, Vitale tenía en mente cuando atendió la llamada de los periodistas. Hoy siguen haciéndolos. Normalmente pensamos que ser mujer nos marca al nacer y durante nuestra edad adulta, pero nos olvidamos de que también lo hace, y mucho, en la vejez.

Después de una vida de renuncias -dejar de trabajar para tener hijos, para cuidar a sus padres, para atender sus casas-, llegan a la jubilación con menos cargas familiares, pero con recursos muy escasos. No es casualidad que muchas de las usuarias de los servicios sociales hoy sean mujeres mayores. Es verdad que ellas superan en número a los hombres cuando entran en la tercera edad, pero la vejez lo que hace es acentuar el trabajo extra que ha acometido siempre una sola parte de la sociedad. Lo vemos en Canarias, por ejemplo, en tantas mujeres que hace décadas se quedaron trabajando las tierras mientras sus maridos emigraban a Venezuela, o que partieron años después para dedicarse a la economía informal o a las tareas del hogar. No han logrado cotizar lo suficiente. No se trata solo de que existan relaciones de dependencia, es que a esa edad muchas mujeres están solas, porque su esperanza de vida es mayor. ¿Entenderíamos el progreso de esta tierra sin la entrega de tantas mujeres?

Las mujeres históricamente han aprendido a cuidar desde la infancia. Cuidan de sus hermanos, de sus maridos, de sus padres. Incluso cuidan unas de otras. ¿No es eso lo que hacían, de alguna forma, Ida Vitale y tantas otras mujeres cuando convierten sus éxitos en logros colectivos?

Por supuesto, hoy las responsabilidades de género se han diluido y las mujeres somos muy conscientes, y luchamos por ello, de que tenemos los mismos derechos de desarrollarnos profesionalmente que nuestros compañeros hombres. Hemos avanzado de una manera espectacular. Pero, aún así, las estadísticas siguen demostrando que queda camino por recorrer. Somos nosotras las que, en mayor medida, asumimos las responsabilidades familiares a lo largo de toda la vida. Tenemos un debate pendiente: adaptar nuestro sistema social para cuidar a nuestras mujeres como ellas cuidan a los demás, especialmente cuando, por edad, más lo necesitan. Y eso pasa por diseñar políticas de promoción de la autonomía y atención a la dependencia pensando la vejez desde la mirada de las mujeres, no solo reconociendo que hay más mujeres que hombres en edad avanzada. Empecemos ya.

*Consejera de Empleo, Políticas Sociales y Vivienda