Si quieres una prensa libre tienes que aceptar que alguien en algún momento va a ser irresponsable. Si deseas una prensa responsable y legislas unos límites que nadie puede traspasar, ya sabes que nadie será libre. Esa vieja definición anglosajona se puede aplicar palabra por palabra al humor y al arte, que son las primeras víctimas en la guerra contra la libertad.

Al contrario de lo que se cantaba en el "Cara al sol", en España empieza a anochecer. Y los signos son cada vez más evidentes. Desde todos lados, desde la izquierda a la derecha, desde la progresía a los reaccionarios, desde colectivos feministas a las confesiones religiosas, todos quieren prohibir la burla de los símbolos que representan sus creencias y lo que consideran un "ultraje" a sus valores. No piden nada que no haga el propio Estado que, instalado en lo políticamente correcto, considera delito penal las opiniones públicas si se entienden como "enaltecimiento" del terrorismo, la xenofobia o el racismo. O sea, ya existe una frontera para la libertad de las ideas.

¿Sonarse en una bandera puede ser de mal gusto, pero es un delito? Yo diría que no. Y dirá usted -y dirá bien- que es un símbolo de los sentimientos de muchísima gente. Vale. Pero la gente "siente" por muchas cosas -desde los equipos de fútbol a la música o los lazos amarillos- y eso no debería suponer el establecimiento de un cordón sanitario penal contra la burla. Hacer chistes de cojos, leperos o rubias... ¿significa que insultamos a los discapacitados, que consideramos inferior a alguien por nacer en un sitio, que creemos que una mujer es tonta por el color de su pelo? ¿De verdad que se puede ser tan necio como para confundir valor y precio?

El humor, como casi todas las creaciones del intelecto humano, no debe tener límites. Puede ser bueno o malo, pero no debe ser castrado de manera preventiva, señalándole al creador los territorios que no puede visitar. La opinión no puede ser jamás delictiva, porque son simplemente ideas, excepto en un Estado totalitario que pretende delimitar las fronteras del pensamiento de los ciudadanos. Y nuestra moderna democracia europea se está deslizando lentamente, a base de legislación, hacia un código penal del pensamiento que nos impedirá expresar en voz alta lo que las mayorías que gobiernen consideren lesivo para la sociedad.

Vivimos el aire enrarecido de una sociedad cada vez más intolerante que ha perdido el sentido del humor como consecuencia inevitable de haber perdido el sentido común. Las represalias contra Willy Toledo o la persecución judicial a Dani Mateo o el exilio del tal Valtonic son síntomas de una misma patología. Hay un régimen que persigue a los juglares de la disidencia. Parece que además de desenterrar la momia de Franco estamos exhumando también los peores vicios de la dictadura, como aquella censura de cualquiera que atentara contra "la moral" que establecían las leyes. ¡Matemos pues a los bufones!