Un dedo para identificar el pensamiento y la ideología de miles de personas. Un dedo para tirar por tierra las buenas voluntades y la devoción de millones de feligreses que creen en la dignidad. Un simple gesto con el dedo para marcar a los indecentes. El rey Juan Carlos, durante su etapa como jefe del Estado, nos regaló a todos los españoles una "peineta real" durante una de sus visitas al País Vasco; todo, tras ser increpado por los independentistas. José María Aznar dedicó un intelectual corte de manga al despedirse de los estudiantes que recordaban su hazaña en Irak en el transcurso de una ponencia en la Universidad de Oviedo. Corría la temporada 97/98 y el Barcelona visitaba al Madrid en la novena jornada de Liga, con Van Gaal en el banquillo. El conjunto culé ganó ese partido por dos goles a tres, y el delantero Giovanni celebró su tanto dedicando varios cortes de manga a la grada madridista. Como si de "La escopeta nacional" se tratase, vino el maldito dedo, el índice que proyectó Tenerife como resquicio de los malos e insolentes. El 20 de noviembre, el padre Mauro no sabía cómo esconder la vergüenza que sentía tras conocer que un sacerdote impresentable, nostálgico del fascismo español, enseñaba al mundo en qué lado se encuentra escorada una parte de la Iglesia. La vuelta al pleistoceno con motivo de una misa por el caudillo. El presuntuoso, con hábito, abofeteando a los que defienden una Iglesia justa, democrática y moderna. Se atrevió con la bendición para luego sacar ese réprobo dedo en Santa Cruz y, a manera de sucedáneo de corte de manga, dirigirse a los manifestantes. Era él, uno de los pocos sacerdotes que oficiaron en España las misas en honor al dictador, con su maldito dedo, encaminándose a los que piden que se cumpla la Constitución, la Ley de Memoria Histórica y la norma no escrita de la decencia y la humanidad. De todos es sabido que el problema de una parte de la Iglesia, que contamina a la buena, está en su corrupción, en la curia, y en los casos de pedofilia a los que no se han enfrentado con valor para condenar. Pero también está en la ideología, en la nostalgia de los tiempos en los que el dictador derivó mucho dinero, exenciones fiscales, estatutos independientes y el monopolio de la enseñanza. Y sacerdotes, como el señalado, no se olvidan de que el sector eclesiástico ocupó todos los niveles del poder del Estado en órganos laborales, sociales, penales y legislativos a través de capellanes, sacerdotes, frailes, curas y monjas en cárceles y hospitales, y de obispos elegidos por Franco en las mismas cortes. Así se entiende ese gesto de los intocables, cargado de odio y feudalismo en una sociedad cobarde de acción y valiente de populismo. Busco y no encuentro. No veo reprobaciones, comunicados públicos de rechazo por parte de la Diócesis o de la Conferencia Episcopal. Tampoco de los gobernantes que no tienen el valor de alzar la voz contra lo antidemocrático en un sistema aconfesional de risa. Lo impensable en Alemania, Argentina o Chile lo tenemos en nuestra tierra. El padre Mauro, el bueno, el de los que de verdad predican la palabra de Dios, no sabe qué decirme. Desconoce cómo justificar a su homólogo. Como la incertidumbre de "San Manuel Bueno, mártir", el padre Mauro duda de algo que fue acto de fe: "Las ideologías materialistas y ateas de principios de siglo, la confusión de los años sesenta y la provocada por algunas interpretaciones erróneas del mensaje del Concilio han ido dando paso a una sociedad cada vez más secularizada, en la que Dios ha quedado al margen. Los jóvenes de hoy sufren las consecuencias de esta falta de jerarquía de valores". ¿Estás seguro?, pregunto. "No, ya no tengo la certeza de nada". Y todo, por el dedo del cura nostálgico.

@Luisfeblesc