La sociedad española ha enviado un segundo aviso a navegantes. De igual manera que hay gente que refugia su decepción en la extrema izquierda, hay personas que desahogan su cabreo en la extrema derecha. Un partido político como Vox, sin líder, sin respaldo de ningún medio y casi sin campaña electoral, ha entrado con un escandaloso resultado en el Parlamento de Andalucía.

De todos los espectáculos insólitos del estupor de la noche electoral del domingo, el más llamativo fue el del líder de Podemos, Pablo Iglesias, llamando a la movilización popular contra el fascismo. Una llamada sorprendente, teniendo en cuenta que apenas unas horas antes se habían movilizado más de cuatro millones de andaluces para votar. La izquierda, noqueada, tuvo que improvisar un discurso tan deslucido como poco democrático.

Iglesias entró en la política española diciendo que había que tomar el cielo por asalto, aplaudiendo el cerco al Congreso y gritando viva Cataluña libre. A nadie se le ocurrió llamar a las masas a tomar las calles para oponerse a la extrema izquierda revolucionaria. Vox cabalga una ola similar a la que una vez protagonizó Podemos basada en el descontento, el hastío, el cabreo y la indignación de mucha gente. Pero esta vez Podemos es parte de esa "casta" que ha sido castigada de forma brutal por el electorado. De los nuevos sólo se salva Ciudadanos, que como no se moja en nada sigue asombrosamente seco en medio del diluvio.

"El tren de las victorias socialistas tiene su primera parada en Andalucía y la segunda en las municipales y autonómicas de mayo". La frase fue de Pedro Sánchez, que como profeta tiene los días contados. Tan contados como Tezanos haciendo encuestas electorales al frente del Centro de Investigaciones Sociológicas. El tren se descarriló. Y cada uno sacará sus propias conclusiones. Para los socialistas andaluces está claro que ellos han pagado la factura de los errores del actual presidente con el asunto de Cataluña. Una factura que, pese a su aparente alegría, ha pagado también el PP de Casado, cuyo descenso en votos ha quedado oculto por el batacazo de Susana Díaz.

La clave de todo es Cataluña, que ha radicalizado y "españolizado" la política en nuestro país. Pero bien mirado ¿qué se podían esperar después de insultarse mutuamente, de escupirse en el Congreso y de ofrecer cada día el espectáculo de serrín y estiércol en que se ha transformado la vida pública? ¿Qué esperaban si lo que la gente observa es que los partidos se han convertido en un juego de poder irresponsable?

Todo en España huele a naufragio y a desorden. No digo que esto sea el preludio de una tragedia, pero sin duda es un drama. No estamos en 1936 ni existe ningún "cirujano de hierro" vestido de general que venga a dejarnos el corazón helado y millones de muertos. Pero el mundo está lleno de ejemplos de pueblos que dilapidaron su cordura en una pesadilla sin retorno. Y esto tiene toda la pinta de que se nos está yendo de las manos.