Estoy seguro de que el título de este comentario ha llamado la atención de los lectores; que es, al fin y al cabo, lo que uno pretende cuando se sienta ante el ordenador.

Ahora se trata de las oposiciones que para profesores de EGB se convocaron el verano pasado en varias comunidades de nuestro país. La primera cifra corresponde a los opositores, la segunda a las plazas convocadas, la tercera a los aprobados y la cuarta a las plazas que han quedado vacantes (o sea, casi el 8,5%). Ante estas cifras, los sindicatos se han lanzado a hacer conjeturas sobre si las convocatorias son las adecuadas, si están bien evaluadas, si hay instrucciones sobre la conveniencia de que queden plazas libres, etc. Pero los más atrevidos -con razón o sin ella- mencionan como principal causa de ese 8,5 % el desconocimiento de los temas de física y matemáticas? y con la boca chiquitita, por lo bajini, las faltas de ortografía. Sería una tarea bastante ardua buscar los libros que, escritos por profesores que han dedicado toda su vida a la enseñanza, señalan los disparates cometidos por sus alumnos en los exámenes. Libros que, por otro lado, son siempre bien acogidos por la ''clase'' más o menos culta, hasta cierto punto asombrados de que esas faltas se produzcan, sin caer en la cuenta de que hay muchos profesionales -sí, con carreras?-, más de los que imaginamos, que cuando emprenden la tarea de redactar un escrito de cierta enjundia soslayan las más elementales normas gramaticales; como ha ocurrido en estos exámenes. Y no me refiero a la exclusión de una tilde o la duda entre una coma, un punto o un punto y coma, sino a la confusión entre la ''s'' y la ''z'', la manía de cambiar el ''ente'' final de muchas palabras por ''enta'', las que terminan en ''crasia'' por ''cracia, etc.

No querría que este comentario, totalmente intrascendente, sea interpretado como una crítica hacia la extraordinaria labor que realizan los profesores de EGB, pero ellos mismos deben de reconocer que en su gremio hay muchos ''infiltrados'', personas que no están capacitadas para enseñar a una juventud que, por si fuera poco, parece no querer aprender. Porque una cosa es saber, conocer una materia, y otra muy distinta poder explicarla y hacerla comprensible a un alumnado que a menudo tiene su cabeza en otras tareas. Es posible que esa carencia que manifiestan algunos docentes se deba -yo no lo dudo- a la cantidad de planes de estudio que el Ministerio de Educación -¿se llama así en la actualidad?- ha aprobado a lo largo de los últimos años. En mi tiempo, ya tan lejano, se cursaban los estudios de Primaria, luego el Bachillerato -con reválida- y por último la carrera universitaria; por no existir, ni siquiera existía la FP. Ahora, tras la LODE de 1985, la LOGSE de 1990, la LOCE de 2002, la ley Wert y la que está preparando el PSOE en la actualidad, comprendo el batiburrillo que atraviesa el profesorado. Pero yo sigo con lo mismo: para mí es más importante escribir bien nuestro idioma que tener conocimientos exhaustivos sobre alguna materia; hoy día, con nuestro móvil, podemos acceder a cualquier información en segundos. No es lo mismo escribir ''Hoy vamos a aprender a cortar y pegar niños'' que ''Hoy vamos a aprender a cortar y pegar, niños''; ni ''Vamos a comer, niños'' que ''Vamos a comer niños''; ni ''No me rendí'' que ''No, me rendí''...

Protejamos nuestro idioma. No permitamos su constante degradación debido a las llamadas ''redes sociales''. Y eso solo puede solucionarlo una enseñanza exigente, que muy bien podría comenzar prohibiendo los móviles en los colegios.