No hace tanto tiempo que desde cada esquina de mi ciudad se decía que estaba muerta. El clamor popular gritaba que Santa Cruz estaba muerta. Y fue anteayer. Se comparaba con el casco lagunero, que es un ir y venir de personas en una llanura perfectamente diseñada. Pero a los quejicas se les viró la tortilla y hoy la capital, con mucho trabajo de los comerciantes que forman su tejido, y de la corporación municipal, que no ha cesado en empujar para cambiar una ciudad, si no muerta sí más triste, han logrado que la capital sea un núcleo de todo tipo de actividades cada fin de semana y si me apuran hasta el jueves. Que Santa Cruz se haya quitado el lastre de que era un muerto ha sido posible gracias a un empuje colectivo entre vecinos y políticos, una apuesta decidida por aunar direcciones hacia algo que todos queríamos: más diversidad de ocio y cultural.

Y aquellos que maldecían a los mandatarios públicos por permanecer impasibles ante un Santa Cruz moribundo, son los mismos que hoy se quejan de que nuestro entorno tiene demasiada marcha, demasiada fiesta, demasiado ruido y que necesitan descansar. La capital y sus comercios han facturado lo que desde hace mucho no hacían. Y todo aquel que se ha sumado a cualquiera que sea la iniciativa que concita cada vez más gente en santa Cruz, encuentra mil actividades distintas para mil generaciones diferentes. Y como a mí me encanta, me froto las manos. Y me las froto por mucho que vengan las elecciones, porque los chicharreros somos lo suficientemente listos para saber cuándo las cosas suceden tras un brutal trabajo de cada una de las áreas del ayuntamiento y cuando los que se quieren subir al carro solo sueltan por la boca que el consistorio solo vive de las fiestas. Y claro, el que miente, es un mentiroso.

@JC_Alberto