Bernardo Bertolucci figura entre los grandes memorialistas del siglo XX y, desde luego, entre los mejores intérpretes de su estética. Sin embargo, a la hora de su muerte primaron más los asuntos escatológicos y sensibilidades de género sobre "El último tango en París" -su mayor éxito de taquilla- que sus espléndidos discursos sobre las luchas sociales y políticas que retrató con valiente compromiso e impecable técnica.

Hijo de poeta y poeta en su juventud, ayudante de Pier Paolo Pasolini y debutante como director en 1962, trabajó en el rentable spaghetti western, donde dejó un título curioso -"Hasta que llegó su hora"- y una aseada realización que le animaron para mayores empeños. Rodada en 1970, "El conformista", un profundo análisis de la izquierda durante el fascismo, compitió en la sección extranjera de los Oscar.

Dos años después, con Marlon Brando en plenitud, María Schneider, una debutante de diecinueve años, y el francés Jean-Pierre Léaud, fetiche de la Nouvelle Vague, acometió un drama contemporáneo armado sobre la soledad, la incomunicación y la muerte que, por encima de su calidad incuestionable, se convirtió en un hito mundial por el escándalo de sus explícitas escenas de sexo y por el quisquilloso celo integrista que la prohibió en Italia e impidió su proyección en España hasta la muerte de Franco.

Con eso y con todo, consiguió su segunda nominación a los premios de la Academia de Hollywood y, con un horizonte despejado, para continuar su notable carrera que, entre 1959 (con documentales de 16 mm) y 2012, anotó una treintena de títulos de factura impecable y, entre los cuales, media docena están en los anales de la cinematografía.

Heredero de las glorias neorrealistas y admirador de Paul Goddard y Akira Kurosawa, con los amigos con los que comparto el uso del cine juntos, el debate y el vino durante y después, aplazamos la fiesta visual de "El último emperador" (nueve estatuillas) por "Novecento", estrenada en 1976 con un reparto glorioso -Burt Lancaster, Robert De Niro y Gerard Depardieu, al frente- y un ambicioso retrato social, situado en las plantaciones de las riberas del Po, con fotografía excelsa de Vittorio Storaro y música inolvidable de Ennio Morricone.