Mientras flotan en el aire los efluvios de las últimas -y reiteradas- acusaciones del presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales, de que los tinerfeños son los que están comiéndose la tostada en las islas gracias a la ocupación de cargos dirigentes en las áreas económicas del Gobierno canario, la realidad, que es muy tozuda, se encarga de poner las cosas en su sitio.

El puerto de La Luz, con casi veinte kilómetros de muelles, es uno de los cinco puertos más importantes de España y bate récords año tras año en volumen de mercancías, viajeros y cruceristas. Se ha convertido en el centro redistribuidor de mercancías de las Islas Canarias, además de ser un enclave estratégico para el tráfico internacional. Esa transformación en un centro logístico es fruto de un trabajo de décadas y de una acertada política de gestión y de crecimiento.

En estos días ha sido noticia en EL DÍA un acontecimiento relevante. Un botón de muestra que nos permite percibir por qué ocupamos un merecido lugar subsidiario en el transporte de mercancías en las islas. Los importadores de carne de nuestra isla -por lo menos algunos- estaban clamando porque sus mercancías descansaban en los muelles sin despachar. El Puesto de Inspección Fronteriza de nuestra isla cuenta con un solo inspector veterinario encargado de revisar las importaciones de países terceros y cuando está enfermo, de permiso o de viaje, se monta la de Dios es Cristo. A veces se trae un colega de Las Palmas, para que se encargue de sacarles del apuro. O se nombra provisionalmente a alguien para que intente agilizar los despachos. O sea, que un solo inspector se tiene que encargar del puerto y los dos aeropuertos de nuestra isla en una tarea que en Las Palmas realizan media docena de personas. ¿A alguien le extraña que lenta e inexorablemente las importaciones terminen yendo hacia Las Palmas para pasar allí unos trámites que aquí pueden convertirse en algo interminable?

Tenerife cuenta con otras ventajas estratégicas. Nuestro sector turístico, a mi juicio, se ha fortalecido con respecto a Gran Canaria. No sólo porque tenemos más camas y clientes, sino porque apostó antes que otros mercados por un turismo de mayor calidad. Pero en términos comerciales, Gran Canaria se ha convertido en el eje sobre el que pivota gran parte de la importación de mercancías de nuestras islas y el centro redistribuidor por excelencia. Esa es una merecida ventaja estratégica absolutamente consolidada.

Que la Administración del Estado en nuestras islas se tome con tantísima pachorra la tarea de dotar del personal necesario el PIF de Tenerife no es noticia. Lo que clama al cielo es que las grandes organizaciones empresariales, los agentes activos de la economía insular, se hayan transformado en un complaciente cementerio de silencio resignado del que no sale más que, de cuando en cuando, algún ronquido. Así nos va.