Entre nosotros, el diputado tinerfeño Alberto Rodríguez, de Podemos, fue famoso, entre otras cosas indudablemente más positivas, por una grave desconsideración suya contra la diputada nacionalista canaria Ana Oramas. Ahora ya es famoso también por otro hecho, mucho más positivo: en el uso de su turno en la Cámara de Diputados a la que pertenece destacó a uno de sus colegas, Alfonso Candón, del Partido Popular, que abandona su escaño. Rodríguez le dio cierto suspense a su declaración, pero cuando la hizo el parlamentario que recibió la lisonja estalló en una sonrisa agradecida y el Parlamento, siempre tan duro y circunspecto en estos tiempos, rompió a aplaudir. Una noticia, buena sin duda.

Esta buena noticia ha dado la vuelta en las redes; para unos (para mi mismo, lo adelanto) es excelente. Otros le ponen reparos. Empiezo con los reparos. La razón por la que el parlamentario isleño destacó al diputado popular es que éste le parece "una buena persona". Y a Alberto Rodríguez le pareció pertinente decir, con la sonrisa a la que acompañó su certeza de que estaba haciendo algo excepcional, que precisamente resaltaba su nombre porque le parecía raro a él mismo que algún día diría que alguien del PP es una buena persona. Y este detalle, que no es baladí, le ha sido criticado a Alberto Rodríguez, a mi juicio con razón.

Aunque no estoy en el hemiciclo, lo cierto es que por allí he estado en circunstancias específicas. La última vez, porque me invitaron a participar en un programa de radio el día reciente de puertas abiertas. Allí coincidí con muchas personas, imagino que buenas y malas, de distintos partidos; había el jolgorio propio de estos encuentros, y encontré a los diputados dicharacheros y alegres, a pesar de las distintas procesiones que van por dentro de esas señorías tan acomodadas el día previo a la Fiesta de la Constitución. Supongo que todos los que se saludaban, o a los que yo saludaba, tenían su manera de ser, sus problemas en casa, sus problemas en el partido, sus enfermedades recónditas o sus ansiedades ocultas o exhibidas. Pero allí todo el mundo se comportaba con gran educación, con esmero de estar bien y de hacer que los demás estuvieran bien.

Durante años coleccioné fotografías de adversarios que se encuentran y se felicitan. Son, lamentablemente, pocas las instantáneas que he conseguido de esa clase, pero algunas hay. A Jerónimo Saavedra le hicieron, en 1993, una moción de censura amigos suyos, a los que luego siguió tratando como amigos. Esa es una fotografía. Anoche, en Cartagena, Murcia, el escritor malagueño Antonio Soler recordó, en una cena en la que comentábamos lo de Alberto Rodríguez, que hace tiempo los alcaldes socialista y popular de Jerez de la Frontera y Málaga, Pedro Pacheco y Paco de la Torre, se elogiaron mutuamente por lo que cada uno hizo por su ciudad. En aquel acto ambos recibieron, de sus dos partidos, aplausos cruzados que convirtieron este hecho excepcional en un acontecimiento digno de figurar en mi colección de fotos de insólita reconciliación.

El carácter excepcional del elogio de Alberto Rodríguez a su oponente popular es lo que me parece más objetable, en el caso del diputado canario y su elogio sonriente. En el PP hay buenas y malas personas; me costaría imaginar que en Podemos, incluso para Rodríguez, haya solo buenas personas. Y en el PSOE, en el independentismo catalán, y entre los vascos, gallegos, andaluces, etcétera, habrá de todo como en botica. Decir que resulta impensable que algún día tengas que decir que uno del PP es buena persona indica, y que me perdone su señoría insular, una expresión bastante insólita de desdén por la posibilidad de que en otros lados del hemiciclo, o de la vida, haya seres humanos al menos tan merecedores de buen trato como los que hay en tu misma arena.

Lo que pareció digno de aplauso, merecidamente, debe ser, al menos para Alberto Rodríguez, también motivo de reflexión.