El significante cobra un papel primordial en la teoría psicoanalítica de Lacan. El significante como representante del significado tiene el poder de sobreimpresión -influjo inconsciente- sobre el significado. En absoluto el significante es la mera imagen acústica o concepto del significado, como entendía Saussure.

Ernesto Laclau, que sigue a Lacan y, en su cadena acústica de ecos, Iñigo Errejón, hablan del "significante vacío": el que ha de rellenarse unificando a todos los sectores semejantes (populismo) en luchas dispersas contra el significante casta.

Pero hay un estadio basilar que ordena el tránsito, en el niño, del orden imaginario, fantasioso, omnipotente al orden simbólico de la madurez, que implica pasar por el aro, atenerse a la ley, verse sin privilegios e ínfulas infantiles, aceptar la igualdad del trato adulto. Si se consuma el tránsito con éxito desaparece el niño caprichoso y tirano, el neurótico cuando adulto.

Xavier Trías, un burgués genético, cuando fue alcalde de Barcelona financiaba casas de okupas evitando líos y alimentaba los delirios y caprichos de las hordas antisistema. Abdicando de su legítima autoridad y representación de la ley (el significante ausente catalán), lo hacía de la responsabilidad. Fue un periodo de fusión de irresponsabilidades entre tiranos niños y padres consentidores. Cuando esa chusma gamberra bloqueó violentamente el Parlamento catalán, Mas accedió en helicóptero. También desdeñó exigir responsabilidades, el cálculo político jugaba a civilidad danesa. La impunidad ensanchó su horizonte de virtualidad y tuvo un efecto contagioso. La irresponsabilidad general, la omnipotencia creciente de unos y claudicación de otros, impulsó la anomia y engendró las expectativas de la total arbitrariedad y legitimidad. ¿Qué autoridad me puede impedir votar o lo que sea? Porque no la hay: ¡y yo lo quiero! En toda ésta patología de inmadurez, dejaciones, satisfacciones de demandas imperiosas o la mera querencia, la exmoderna Barcelona se hizo avanzadilla de la infantilización de la sociedad occidental. Lo que se identificaba como territorio político era en realidad el umbral del despacho del psicólogo de familia. El contenido psíquico y social, emocional y cultural constituía la gran superestructura de la Cataluña actual, mucho antes de que esa realidad se interpretara, por medios y tertulianos, exclusivamente en términos políticos que anotaban sinuosas expansiones del entendimiento corifeo: que Rajoy creaba independentistas, que los catalanes necesitaban salud, dinero y amor.

Se impuso la quiebra total de los valores formativos familiares aventados por el etnicismo supremacista catalán contra la noción misma de ciudadanía adulta, que antecede en mucho -y soporta- las relaciones y lenguajes políticos: la mera costra.