Será por el descreimiento que cada vez más me producen mis semejantes, pero he terminado dando con mis sesos en la convicción de que aquel que deliberada y conscientemente mata a otro ser humano debe dar con sus huesos en la cárcel para el resto de su vida. Y que viva allí, sostenido por los impuestos del resto de ciudadanos.

Hace unos días se encontró en Huelva el cuerpo sin vida de la joven Laura Luelmo, violada y asesinada después de haber vivido una pesadilla -que sólo se puede atisbar con horror- durante los dos días que estuvo secuestrada por su verdugo. La Guardia Civil tardó muy poco en apretar el cerco sobre el presunto asesino. Algunas denuncias ciudadanas les pusieron en la pista de un individuo que al sentirse vigilado decidió emprender una fracasada huida.

Esta sería otra trágica historia de una mujer víctima de esa bestia que algunos hombres acarrean en el lugar donde deberían tener el cerebro. Pero es algo más. Por eso merece la pena que abramos la puerta de la información y hagamos una visita a la figura de quien hoy se considera su asesino confeso, Bernardo Montoya. Las primeras sospechas recayeron inicialmente sobre su hermano, Lucio, que había sido acusado en el año 2000 de haber asesinado a una mujer. Pero tenía una coartada perfecta: estaba en la cárcel cumpliendo condena. Así que la policía giró sus cañones hacia Bernardo, que sí estaba en libertad.

Porque debemos saber, para seguir adelante en esta pequeña digresión, que Bernardo Montoya ya había matado una primera vez. Había sido condenado por otro asesinato cometido en 1997. El detenido se llevó por delante la vida de una anciana de 82 años a la que apuñaló por la espalda y en el cuello. Según la sentencia, dictada por la Audiencia Provincial de Huelva, Montoya sufría una grave adicción a la cocaína y en el momento de ocurrir los hechos tenía levemente "afectada su voluntad". El tribunal aplicó entonces un atenuante y los magistrados le condenaron a diecisiete años. Y siguió delinquiendo durante sus permisos.

Yo también debo tener levemente afectada mi voluntad. Y gravemente mis sentidos. Uno ve condenas por malversación de siete años. O de cinco años de cárcel por contratar a un familiar en un ayuntamiento. ¿Y diecisiete años por matar a una persona? ¿A un tipo con un historial delictivo como un piano de cola? ¿Ustedes lo entienden? Porque yo no. No lo veo ni aunque me lo pinten con luz fluorescente.

Pero veo más que los incompetentes que le dieron permiso para ser libre. Veo que algo funciona muy mal cuando un asesino puede volver a la calle para matar de nuevo. ¿Quién se lo explica a esa joven muerta? El buenismo le dio a Montoya una nueva oportunidad. La aprovechó matando a otra mujer. Van dos. Como tiene cincuenta años, cuando salga, dentro de otros diecisiete, puede incluso matar a una tercera. Y viva España. Pero sin Laura.