Los olores llegaban de todas partes. Desde la zona del Palmar surgían olores a galletas, rosquetes, tortas de Vilana. Ese olor se podía sentir a muchos metros a la redonda y ya sabíamos que María, la panadera, estaba horneando. Los dulces gomeros nada tienen que ver con las galletas inglesas o danesas de mantequilla. No hay punto de comparación. El sabor de estos dulces es sencillamente único. Yo siempre rebuscaba para poder conseguir los mantecados y dulces de merengue. En la mesa de Navidad nunca faltaban.

Otro olor característico de mi pueblo era cuando "guisaban los ñames" en la tienda de Nina. El olor a los ñames guisados se mezclaba con el penetrante olor de los típicos asados, como era el cabrito lechal. Cuando casi estaba listo, se le untaba con su tradicional "barrado", que consistía en un machacado solemne de perejil, ajo, aceite o manteca de cochino y sal. Las papas nuevas y un mojo oloroso, de un cilantro que nunca vio ningún tipo de pesticida, eran también indispensables en esa mesa. Uno de los olores que me recuerda la infancia es el olor al cilantro. Los grandes perfumistas utilizan esta planta para hacer almizcles y lograr excelentes perfumes.

Olores a naranjas de la tierra que aparecen como por arte de magia en Navidad. El color de las naranjas en esta época combinado con el verde, me rememora la estampa de los árboles navideños en los que el color de las bolas es amarillo.

Ya después, la emigración nos regaló otros olores. La Navidad en Venezuela huele a hojas de plátano guisadas donde se envuelven con especial mimo las características hallacas, o a pan de jamón que no puede faltar. También me huele mucho a dulce de lechosa (aquí es papaya). Huele a jamón dulce. La Navidad en Venezuela me impactaba. Nosotros llegamos a Caracas un mes de noviembre y cuando vi el trineo con un enorme "San Nicolás" (aquí es Papá Noel) que ocupaba toda la pared del centro comercial Ciudad Tamanaco, la impresión fue mayúscula. Un árbol de Navidad que estaba en uno de los edificios de la plaza Venezuela, la cruz que se encendía en lo más alto de la cumbre del Ávila? Son muchos los recuerdos que me forjó la emigración.

En Venezuela, en nuestras mesas, la de los emigrantes; se mezclaba el mojo de cilantro con las hallacas, los dulces típicos de La Gomera, con el dulce de papaya que comprábamos en Los Teques. La yuca se daba la mano con el ñame y el pernil se unía al cabrito al horno. Nosotros nunca perdimos la costumbre de poner nuestra cocina canaria en la mesa venezolana.

La Navidad en Venezuela era tan majestuosa y tan bulliciosa que empezaba prácticamente a principios de octubre y dura hasta el 2 de febrero (Día de la Candelaria) o hasta que se termine la última hallaca que se guarda en el congelador. Me comenta una amiga mía, con una inmensa tristeza, que este año ha sido casi imposible poder hacer este tradicional plato navideño, porque no se consiguen los ingredientes por ningún sitio.

También en Venezuela es muy típica la ensalada de gallina que, con el pernil de cerdo asado junto con la tradicional hallaca, se conoce como "plato navideño".

Todo esto aderezado por las típicas gaitas venezolanas. Esa música alegre y bullanguera que te hace mover el cuerpo a ese ritmo frenético de las tamboras. "¿Qué haré yo cuando no tenga en el bolsillo tres lochas? Maraquea, maraquea" o "Vengo montado en el tren, en el tren de cardenales, en el tren de cardenales vengo montado en el tren". Esa canción era un homenaje a un equipo de béisbol del estado Lara en el centro del país. Esos ritmos le dieron a la comparsa Tropicana de Candelaria unos cuantos primeros premios en el famoso concurso carnestolendo de Santa Cruz de Tenerife. Eso tiene la emigración, eso tiene la unión de los pueblos.

En Venezuela, la gente es también muy nostálgica. Cuando llegan las 12 de la noche, es una mezcla de júbilo y llanto. Júbilo por la llegada del año y llanto por los que ya no están. Rituales para la suerte, limpieza profunda de las casas con "recomendaciones esotéricas". Ropa interior roja, un billete de cinco bolívares dentro del sujetador o salir a la calle arrastrando una maleta porque atraía la posibilidad de algún viaje de placer. Los fuegos artificiales, petardos, hacían que el olor a pólvora quemada se apoderara de Caracas.

Nosotros pensábamos en Canarias, en España, en los que estaban tan lejos, y también derramábamos alguna lágrima.

No podíamos llorar mucho porque los vecinos llegaban con la mayor algarabía a darnos el "¡Feliz año!". Otra cosa que extraño mucho es el "ponche crema", el ponche de la Navidad típico, porque en Caracas bajaba la temperatura. Cuantos recuerdos tenemos de niño. Un amigo mío me lo suele traer de La Palma y, por suerte, es exactamente igual. Las mistelas y los ponches palmeros son una auténtica delicia digna de la mejor mesa.

Todo cambia. Hasta los olores y los sabores. La vida me ha regalado poder oler las especias de Estambul en un fin de año y tener la suerte de no conseguir una entrada para celebrar la llegada del nuevo año en la tristemente conocida "Discoteca Reina". Eso fue en el año 2017 donde se produjo el lamentable atentado en el que murieron decenas de personas y que insistimos en conseguir entradas para ver el Bósforo iluminado.

Y así va pasando la vida y como dice otra famosa canción de Navidad que se canta en Latinoamérica: "Navidad que viene, tradición del año, unos van alegres y otros van llorando".

Mi deseo es que todos vayan alegres. ¡Feliz Navidad!

*Vicepresidente y consejero de Desarrollo Económico del Cabildo de Tenerife