"Nuestras vidas son los ríos», sentenció Jorge Manrique. Y empapados de tiempo, podemos ser felices en una pasarela sobre su fluir manso y pausado, protegidos contra remolinos y tormentas; porque sin esa tarima, seríamos revolcados por sus turbulencias, arrastrando una existencia agotadora, o hundidos en una vida absurda.

Pues bien, esa frágil plataforma es la esperanza. Y dependiendo de ella, la existencia resulta gozosa o amarga; y tal vez la vida lograda consista en atesorar esperanza y en impedir, posteriormente, que disminuya o desaparezca con las dificultades y las tempestades.

Pero ¿cómo rescatar el tiempo de la prisa contemporánea, y cómo aumentar nuestra esperanza? El portugués José T. Mendonça ha expuesto la necesidad del "arte de contemplar la vida". En resumen, es saber "«con una seguridad que brota innegociable de lo más hondo del alma, si estamos dispuestos a amar la vida tal y como se presenta". Y esto supone aceptar nuestra vulnerabilidad, y asumir sin pesar que, aunque tratemos de comprender lo que ocurre en nuestro entorno, no podemos descifrar completamente lo que nos sucede. O sea, aceptar de una vez y para siempre "la vida velada, minúscula, imprecisa y preciosa como ninguna otra cosa".

Entonces resplandecen con fuerza algunos aspectos ocultos de la temporalidad: la necesidad de la atención, frente a la vida dispersa o improvisada; la importancia de no satisfacer inmediatamente los deseos; asimismo, se detecta el peligro del perfeccionismo, pues conduce a la insatisfacción permanente; y más: se disfruta de la amistad con el silencio, aumenta la percepción para el agradecimiento, se detecta la belleza en las cosas cotidianas, se acrecienta la ilusión por el cuidado de los otros, también vulnerables... En el fondo, se descubre otro modo de habitar el tiempo.

Desde otra perspectiva, Byung-Chul Han ha publicado en este 2018 El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, donde destaca que el enigma del tiempo no es solo ni principalmente cuantitativo. Es decir, que no basta con combatir la aceleración o la prisa y buscar unas «estrategias de desaceleración», porque así solo se consigue esconder el verdadero problema-que es de orden cualitativo-. El pensador coreano lo describe así: "La hiperkinesia cotidiana arrebata a la vida humana cualquier elemento contemplativo, cualquier capacidad para demorarse". De este modo, concluye proponiendo que "la crisis temporal solo se superará en el momento en que la vita activa, en plena crisis, acoja de nuevo la vita contemplativa en su seno". ¡Qué maravilla!

Pero reconozco que la idea más sugerente sobre el tiempo y la esperanza la he oído directamente de Javier Gomá en el Real Casino de esta ciudad. Allí nos expuso cómo la mayoría de nosotros no podemos realizar una obra artística -pictórica, poética, etc.- para dejarla como legado para el futuro. Pero absolutamente todos poseemos capacidad para donar a la posteridad la imagen de nuestra propia vida tratando de hacer con ella una ejemplar obra de arte ético.

Y así lo escribió Gomá en su obra de teatro, Inconsolable: "Parece imposible escapar a la pregunta que algún día se formularán quienes me sobrevivan. ¿Qué tipo de persona fui, así en general? ¿Cuál fue mi destino? ¿Cómo seré recordado? ¿Qué imagen dejaré a los míos? Y me doy cuenta de que todavía estoy a tiempo de retocar el cuadro antes de entregarlo, como lo haría un artista, de añadir nuevas formas, líneas y colores al lienzo de mi vida para dibujar sobre él una imagen armoniosa de lo humano que invite a quienes la recuerden a vivir con gozo, con confianza, con alegría".

¿Por qué la noche en que nace el año se ilumina con pirotecnias? Tal vez para comenzarlo con la ilusión de unir el tiempo y la esperanza, "pequeña chispa de fuego celeste", al decir de la poeta Edith Södergran.

No dejen de mirar hacia arriba y renueven sus esperanzas o, acaso, su Esperanza. ¡Feliz año!

@IvanciusL