Joan Manuel Serrat era un muchacho de Barcelona que llevaba una mochila al hombro cuando llegó al Hotel Brujas de Santa Cruz y dos periodistas, uno joven pero ya veterano, Elfidio Alonso, y este que les escribe, recién nacido al oficio.

Elfidio, que se acuerda de todo, como se acordaba de todo su padre, excelente memorialista y periodista, recordará mejor que yo aquel momento. En ese instante de la vida de España, el largo franquismo sombrío, Serrat estaba siendo represaliado por el régimen, venía a Tenerife para lavar sus culpas, antes de un viaje a México, y nos hablaba a aquellos periodistas de EL DÍA de pie ante la puerta de aquel hotel que dirigía el padre de Julio Pérez, estudiante por entonces, que sería encarcelado por orden del gobernador de entonces, Gabriel Elorriaga.

Ya Serrat, nacido a la canción a mediados de los años 60, era una figura grande de la canción. Este era un país (ay, todavía ocurre) que no resistía los otros idiomas nacionales, y a Serrat lo persiguieron por querer cantar en catalán el "La la la" que luego cantaría Massiel en Eurovisión. Ahora, lo que son las cosas, un tipo desavisado le reprochó, en medio de uno de sus últimos conciertos en Barcelona, que cantara en español las canciones de su gira Mediterráneo da capo?

Así pues, aquella era la primera vez que yo veía a Serrat y lo entrevistábamos Elfidio y yo para el periódico. Después Serrat fue habitual de nuestra tierra, lo he entrevistado muchas veces, para distintos medios, desde la prensa a la televisión, y he seguido su evolución como si fuera un hermano algo mayor que sigue por el mundo haciendo lo que hizo, depurándolo más, pero con el entusiasmo que tienen artistas como él: lo que el corazón le hace decir lo hace, él no imposta nada, ni en las relaciones personales ni en el escenario. Serrat es ese que se sube ahí arriba, a tocar la guitarra, a hacerse cómplice del gran Ricard Miralles, el músico que, ante el piano, le pone orden a su voz y a sus sentimientos cantados.

Esa capacidad de Serrat para haber alcanzado la calidad, la popularidad y la fama no lo han cambiado; al contrario, lejos de ser un fatuo petimetre que exhibe ante el público una cosa y es en persona otro, sigue siendo el Noi del Poble Sec, al que le gusta reír y comer, encontrarse con viejos amigos, y sigue siendo generoso y sencillo, y sigue siendo un artista comprometido con la poesía. Este Mediterráneo da capo que trajo ahora a Tenerife y a Gran Canaria es un homenaje a aquella canción que tanto le identifica ahora como el cantante que fue, pero es también la certificación de que sigue siendo el mismo muchacho contemplando en la naturaleza de las palabras la esencia de su música. El Mediterráneo, tanto su canción como el mar propiamente dicho, tiene resonancias metafóricas invariables, remite a la frescura de las sensaciones, y en él, en su música, tales sensaciones siguen siendo ahora igualmente placenteras para imaginar o para escuchar. Es una canción moral también, es un abrazo al Mediterráneo que sufre igual que es un abrazo al Mediterráneo que a él le dio vigor y vida, alegría de cantar. Cantar "Mediterráneo" en el Atlántico no es un desafío, es un abrazo.

Con esa canción, y con Miguel Hernández, y con Antonio Machado, y con tantas canciones que ya conocíamos pero que ahora tarareamos como si nos burláramos de la edad, ha vuelto a Tenerife, mi pueblo. Él ya es mayor, claro, tiene nietos, como los que fuimos a verle al Hotel Brujas cuando él era un muchacho. Elfidio es una autoridad en la música y en el periodismo, yo sigo dándole a la tecla, pero sin duda he hecho ya más de la cuenta, de lo malo y de lo regular. Pero debo decir algo que no le he dicho a Serrat nunca. Siempre que lo veo o lo entrevisto siento ante él la misma reverencia, igual respeto, que aquella noche cuando entraba con su mochila en aquel hotel de Santa Cruz.