Me reía a carcajadas. Con risa despreocupada y limpia. Al poco, llegaron las primeras nubes que frenaron aquel relax de frescura tan poco frecuente. Un frenazo inesperado: ¿me estaré riendo de ellos? Sí, también yo con prejuicios.

Reí, lloré, me encantó. Hablo de "Campeones". De los más grandes. Los auténticos fieras que no dejan de competir desde que nacen. Contra ti, contra mi, contra el mundo, contra todos. No para ganar. No para recibir. No para buscar aplausos. Ni para batir récords. Para hacerse respetar, para hacerse querer, solo y sobre todo, para hacerse ver.

Los que tenemos un campeón cerca lo sabemos muy bien. Ellos, tantas veces escondidos, muestran sin tapujos ni medias verdades, sin composturas ni disimulos lo que vale en la vida. Las cosas que más importan son diminutas. A veces, invisibles. Pasamos -los otros- la vida detrás de grandezas, de metas distantes, de inmensos sueños no cumplidos.

Buscamos talla. Somos seres que nos llevamos la contraria a nosotros mismos desde que nacemos. En estos tiempos cibernéticos... más. Contamos seguidores, el número de "me gusta", los grupos en los que aparece nuestro nombre. Pensamos que la alegría tiene algo que ver con el exterior. Nos equivocamos. Sólo en el interior habita la felicidad. En lo diminuto, reitero. Mira a tu alrededor. ¿Conoces a alguien que sufra dolor, enfermedad, tristeza? ¿Crees que a esa persona, y a todos los que la quieren, puede importarle mínimamente la grandeza de lo externo? La única meta es ser feliz. Lo demás importa mucho, muchísimo menos.

Esquiva el dolor, engáñalo. Vive pegado a los que quieren vivir pegados a ti. Olvida el rencor. Sin odiar a nadie. Ni siquiera a los que merezcan ser odiados. Y piensa siempre que lo mejor está por llegar. Sinceramente, las cosas que más importan son diminutas. Chiquititas. Eso me dijeron los "campeones".

¿Quién no cambiaría tantos mensajes estúpidos que llegan a nuestros móviles por una caricia de ella, de él, de los imprescindibles en nuestras vidas? ¿Quién es tan estúpido que prefiere la inutilidad de la fama antes que al éxito en lo más íntimo? ¿Quién apuesta siempre a caballo ganador, sabiendo que perder es también una forma de ganar la próxima vez? Nadie como ellos para hacérnoslo ver.

La honestidad, el respeto, el humor y la ternura definen esta historia en imágenes, que huye de la condescendencia: la inocencia que destilan todos los actores, su falta de prejuicios, esa limpieza, tan infantil, de mirada y de alma. Son como niños, pero no porque sean inmaduros, sino por todo lo contrario, por la madurez que hay que tener para convertir cada pequeño reto en algo ilusionante. Se les nota. Nos han deslumbrado haciendo lo cotidiano. Haciéndonos llegar su forma de ver el mundo. Su día a día.

Hay palabras que curan cuando la tristeza deambula. Jesús, mi paisano leonés, en la gala de los Goya: "Señores de la Academia, han distinguido a un actor con discapacidad, no saben lo que han hecho. Ahora solo se me ocurren tres palabras: inclusión, diversidad y visibilidad. ¡Qué emoción siento!". "Compañeros, sin vuestra frescura, sin vuestra espontaneidad, vuestro talento, esto no habría sido posible". Y dirigiéndose a sus padres: "A mí también me gustaría tener un hijo como yo, por tener unos padres como vosotros". Gracias Jesús. Campeón. Las cosas que más importan son diminutas y vosotros y todos los campeones del mundo, lo mejor de esta vida. Gracias.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es